CARTAS A MI MISMO

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

Hay tardes en que, a la manera de Maistre, viajamos en Horno a nuestro cuarto de trabajo.

 

Revisamos libreros, hojeamos diferentes volúmenes en busca de una lectura adecuada y agradable. Todo resulta inútil. Son días en que estamos tan móviles, tan móviles… Saldríamos a pasear por los caminos ya leídos, pero es que, también, nos ha invadido una pereza; tiempo de repetir a Simbad el Marino después de su primer viaje: “Voy a probarte que soy Simbad el ahogado”, o la confesión de sus andanzas: “De nuevo sintió mi alma con ímpetu el anhelo de correr y gozar con la vista el espectáculo de tierras e islas”.

 

Hay libros que hemos releído en varias ocasiones. Siempre retornamos a ellos, como hijos pródigos de una parábola literaria.

 

Quizá éstos fueran los compañeros que preferiríamos en el supuesto caso de habitar una isla desierta, solo que seleccionar estos volúmenes resultaría el más árido y erizado de los problemas.

 

Pero la verdad es que después de haber devorado millares de obras de toda índole, literarias y científicas, poéticas y sociológicas o fatigosos textos de economía, de pronto, en estas tardes en que nos sentimos como emparedados en un paréntesis, nos preguntamos con Bergamín, el autor de los disparaderos, si no sería mejor haber permanecido en la dulce, tierna y paradisiaca condición del analfabeto, con su cándida sencillez y su naturaleza pródiga dispuesta a ofrecer el agua interna de la propia y exclusiva creación individual.

 

Lefevre en sus análisis de Nietzsche, nos revela que el autor de Así Hablaba Zaratustra, para crear sus obras y escribirlas, huía a la montaña sin más compañía que papel y pluma y teniendo especial cuidado de no llevar con él un solo libro.

 

Nosotros los libroadictos en cambio, no podríamos, lo digo por mí, prescindir de estos remeros engrillados que reman para que yo continúe viajando, mientras ellos permanecen, sin libertad, galeotes en su sitio constante en los libreros.

 

Cada quien salvando las distancias, sueña en la fecunda existencia de Montaigne y en el canto de sirena de sus ensayos. El nos dijo: “Es inexplicable cuánto me sirven los libros para vivir; son la mejor provisión que yo he encontrado en este viaje de la vida humana. Con buenos libros el enfermo no tiene de que quejarse, pues tiene su curación en la mano”.

 

Muy antes. Cicerón concluía: “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma” y, todavía más: “Si junto a la biblioteca tienes un jardín, ya no te faltará nada” (Ahora no se puede tener jardín pero si biblioteca).

De esta manera uno de los más bellos ensayos acerca del goce de leer, continuará siendo el de Lin Yutang y su delicioso libro La Importancia de Vivir: “Todo el que lea un libro con sentido de obligación, es porque no comprende el arte de la lectura. Este tipo de lectura con fines de negocios, es igual a la lectura de los archivos y antecedentes, por un político antes de pronunciar un discurso. Es apenas pedir consejo e información de negocios y no leer. Nuestros intereses intelectuales crecen como un árbol o fluyen como un rio”.

 

A mayor abundamiento: los libros buenos son fuente de incitación para escribir. Este proceso es interesante. Sabemos que hay millones de volúmenes impresos en las bibliotecas y hasta en nuestra propia casa, donde ya se ha planteado una guerra civil. Los libros invasores nos conminan a cederles el espacio vital que necesitan. No nos extrañaría que estos volúmenes, en motín, pasaran al tiempo de la agresión, como nos explica el Popol-Vuh, cuando las cosas usuales se rebelaron contra el hombre.

 

Y sin embargo, también nosotros reincidimos en leer, en escribir y en publicar libros. Decididamente leer y su penitencia escribir, complican la existencia natural, del hombre natural que soñó Rousseau con su Emilio.

 

El hombre que lee y el hombre que escribe, son generalmente vanidosos. Llegará el día en que se escriban libros y no se firmen -¿qué importa quién los escribió?-, y la cultura será patrimonio común como el sol, como el viento, como el agua. Será la etapa de las publicaciones amparadas con una sola letra, que dice James Joyce en su Ulises:

 

“Los libros que iban a escribir con letras por títulos ¿Ha leído usted a F?”