POR: JOSÉ MUÑOZ COTA
(In Memoriam)
Los dogmas envejecen. Hay quien no descubre nunca que envejecen; pero así es, irremediablemente y entonces, como si se tratara de apolillados muebles, hay que tirarlos por inservibles.
Si cada niño es diferente, personal y único. ¿Cómo podría imponerle una misma educación y medirlo con una misma medida?
Un día, buscando la libertad, los hombres proclamaron los derechos del hombre; pero ahora urge, para salvar al hombre, proclamar los derechos inalienables del niño.
Porque el niño es -fruto del misterio- un poema. ¿Quién se atrevería a tocar la esencia, la mera almendra del poema sin miedo a destrozarlo?
Nos estorban los dogmas. Son demasiado vestidos. Si hay que tener el valor de la propia desnudez, ¡desnudémonos de dogmas, hasta encontrarnos magníficamente desnudos de leyes y ordenanzas!
Si el niño vive por encima de las órdenes -mientras es niño y no le han robado los adultos su niñez, para dejarle una herencia de miedo-, renacer como niños será, positivamente, terminar con el exilio y retornar al paraíso de la verdad integra.