La teoría de la felicidad

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La teoría de la felicidad

 

Miguel Valera

Me hubiera gustado conocer al empleado del Hotel Imperial en Tokio, que recibió de propina, de manos de Albert Einstein, dos papelitos con dos frases que han sido llamadas “la teoría de la felicidad”. El hecho ocurrió en noviembre de 1922. El físico alemán se había embarcado de Marsella y tocó tierra nipona un 17 de noviembre. Tuvo una gran recepción pues todos querían ver al científico más famoso de la tierra.

Ese niño solitario que empezó a hablar a los tres años haciendo creer a sus padres que podría tener una discapacidad, se quedó fascinado con la ceremonia del té o chanoyu, con la calidez del pueblo nipón y la importancia que le daban al silencio y la hospitalidad. El “camino del té” dura cuatro horas. Es un ritual o liturgia para que el invitado disfrute de comida (chakaiseki) y dos tipos de té (koicha y usucha) en un ambiente estético, intelectual, de reflexión y tranquilidad.

Quizá por eso, por la gran calidez con que fue recibido, por la serenidad de su espíritu luego de la ceremonia del té, cuando un empleado del Hotel Imperial le llevó un paquete a su habitación, en agradecimiento, en vez de propina, le regaló dos mensajes que recién había escrito en la papelería de ese espacio construido por Frank Lloyd Wright y que resistió al gran temblor del 21 de septiembre de 1923.

“Una vida humilde y tranquila trae más felicidad que la persecución del éxito y la constante inquietud que implica”, decía la primera nota. En la segunda se leía: “Donde hay voluntad, hay un camino”. Acostumbrado a recibir monedas por propina, el hombre se quedó sorprendido de este regalo. Sabía, sin embargo, quién era Albert Einstein, el huésped más importante de este hotel y de todo Japón.

El alemán se refería sin lugar a dudas a la teoría del vaso lleno, una teoría desarrollada del origen de la palabra “contento”. Del latín “contentus”, la palabra significa “contenido”, “contener” y aunque la voz expresa “alegría” y “satisfacción”, también “estar contenido”. Es decir, una persona contenta está feliz porque sabe quién es, sabe lo que vale, sus límites, sus alcances, sus virtudes y defectos.

Esto no significa, creo yo, que no tengas ambiciones, que no busques ir más allá, pero sí, que, si bien puedes ser creyente de la posibilidad, del infinito, también sabes estar bien parado en el lugar en que te tocó vivir. La otra frase, la de la voluntad, el científico alemán la repitió en muchas otras ocasiones. Es la fuerza más poderosa que hay sobre la tierra. Es la capacidad del ser humano para ir, para caminar, para seguir hacia adelante. “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, que la electricidad, que la energía atómica; esa fuerza es la voluntad”, dejaría escrito.

Ese joven del Hotel Imperial recibió un regalo que después compartió con la humanidad. Claro, vendido por familiares, porque, como ha escrito Armando Fuentes Aguirre, Catón, “el dinero no da la felicidad, sobre todo si es poco”. Así, en 2017, la casa Winner’s Auctions de Jerusalén subastó los papelitos y la puja alcanzó el millón 586 mil dólares que aún mantiene la felicidad de la familia de ese hombre a quien seguramente recuerdan con cariño.