EL LIBRO FISCAL DE HIERRO. 

*Justicia es el hábito de dar a cada cual lo suyo. Camelot.

 

EL LIBRO FISCAL DE HIERRO.

 

Al principio fue un libro difícil de conseguir. Donde quiera estaba agotado. Era el libro de las Memorias del llamado Fiscal de Hierro, bautizado así por el presidente López Portillo, Javier Coello Trejo, que muchos de sus años los vivió entre los sótanos de ese poder omnímodo, donde todo se podía y nada se negaba. Un libro de 345 páginas que se lee de dos sentadas, porque es muy anecdótico. Cuenta el Fiscal su historia chiapaneca y luego revela datos interesantes, contraviniendo lo que siempre se escribió y supo, que el cadáver del Ministerio Público que fue asesinado cuando la aprehensión de Joaquín Hernández Galicia, La Quina, era un amigo de él que allí lo mataron, cuando muchos historiadores revelan que ese cadáver fue sembrado. Los años donde aparecen los personajes como Gutiérrez Barrios, Nazar Haro, El Negro Durazo, Morales Lechuga cuando aprehendieron al asesino de Manuel Buendía, tiempo que se combatía a la delincuencia con dureza, nada de abrazos y si balazos. Y allí recuerda una frase de Churchill: “A los que solo conocen el lenguaje de la violencia hay que hablarles en su mismo idioma”. Así les hablaban. Eran otros tiempos. Tiempos de la Guerrilla y la Liga 23 de septiembre. Y escribe una anécdota:

 

LA ANÉCDOTA DEL HIJO DE ROSARIO IBARRA

 

“¿Desaparecidos?? Esto también es una invención; luego de enfrentarse al Ejército, los guerrilleros solían llevarse a su gente, a sus caídos, era la forman en que podían llevar su propio registro. El único que no apareció fue el hijo de Rosario Ibarra de Piedra, cuyo cuerpo se lo llevaron los propios guerrilleros y lo enterraron. Jesús Piedra Ibarra fue quien mató impunemente a don Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973, cuando lo secuestraron, por ser líder de los empresarios regiomontanos; el presidente Echeverría negoció con ellos, y cuando lo llevaban para ser entregado en intercambio, Jesús Piedra Ibarra sacó la pistola y le dijo: “pinche rico, hijo de tu puta madre” entonces le disparó y lo mató. Todo esto se supo cuando la Dirección Federal de Seguridad detuvo a otros de sus compañeros delincuentes. Dos meses después, en noviembre, cayó abatido en un enfrentamiento en Monterrey con la Policía, sus compañeros se lo llevaron y entonces Rosario Ibarra de Piedra, su madre, lo convirtió en bandera política; esta señora ha vivido del cuento a partir de entonces. Se preguntarán por qué estoy enterado de esto, es muy simple, en el sexenio del presidente López Portillo, el Procurador General de la República, don Óscar Flores Sánchez, ordenó una minuciosa investigación de los supuestos desaparecidos en la que participé. Conocí a la señora Ibarra de Piedra en una ocasión en que el Procurador la citó y le dio una explicación con pruebas de cómo y en dónde había sido abatido su hijo al enfrentarse a la Policía. La señora nunca contó esto, en virtud de que la muerte de su hijo fue su bandera para alcanzar todo lo que posteriormente logró y que es públicamente conocido. Los miembros de los grupos guerrilleros urbanos no eran jóvenes cantando canciones de protesta, eran verdaderos delincuentes. La opinión pública ha olvidado que estos jóvenes envenenados por teorías que a la postre resultaron inútiles, asaltaron bancos, secuestraron gente, ametrallaron impunemente casetas de Policía y tenían como fin, cuando menos, desestabilizar al gobierno legalmente constituido. Con estas afirmaciones no quiero que se piense que la muerte de jóvenes no es dolorosa, pero la seguridad de la nación, el bienestar de la sociedad, la seguridad de los niños, mujeres y hombres, de familias enteras, es obligación del Estado”.

Un buen libro, para quienes vivimos aquellos años turbulentos, cuando la policía actuaba a manga ancha y los Derechos Humanos aun no aparecían, menos los abrazos y no balazos.

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