A LA BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

Bello libro el de Torres Bodet acerca de Marcel Prout. Escribe, Torres Bodet, con voluptuosidad. Se recrea permitiendo que se deslice la frase. Saborea el giro, lo paladea con maestría de poeta que oye caer las gotas de su alegría creadora. (143)

 

A la búsqueda del tiempo perdido, pero ahora encuentro una expresión tristemente afortunada: a la reconquista del tiempo desperdiciado… Y este es el problema del vivir cotidiano: la cantidad de tiempo que tiramos por la borda: que no usamos; que, ni siquiera, nos damos cuenta de que transcurre, aunque los relojes perduren.

 

Hace tiempo que leí un breve ensayo de Arnold Bennet acerca de cómo emplear el mayor número de horas. El estudio cita multitud de ejemplos persuasivos: cómo aprovechar horas, y hasta minutos, los que habitualmente se pierden, en labores fáciles mediante un programa simple. Viene a mi memoria el caso de un connotado maestro de la Facultad de Derecho. Se trata de un hombre europeo. Tiene fama magisterial y, además, como músico competente de un grupo de música de cámara. Pero el varón, muy estudioso, no gusta de mal gastar su existencia. Trae en su automóvil un aparato de sonido que repite, mientras viaja, lecciones de ruso. Trae, también, una serie de tarjetas donde están anotadas frases y palabras de ruso que memoriza mientras dura el “alto” en las esquinas.

Cierto. De todos los remordimientos que pudiera sentir -cuando me asalta la debilidad- el penetrante es el del tiempo desperdiciado. Tengo el temor de haber gastado gran parte de talento solamente en propinas. ¡Cuánto ingenio dejado sobre las mesas de los cafés!

 

¡Si pudiéramos vivir dos veces, una en borrador y la otra en limpio! Esta idea la sugirió la escritora inglesa Catherine Mansfield. Y, a fe, que no es mala idea. Porque siempre tendremos que lamentar el tiempo que se gasta superfluamente en ensayos, en tentativas, en días que son, en verdad, como los apuntes en borrador que sacábamos en la escuela, en espera de pasarlos en limpio y con buena caligrafía.

 

Leía, con deleite, la prosa ática de José Enrique Rodó; deteníame en los ensayos en torno de la vocación. ¿No constituye esto la dramática prueba a que está sujeto el individuo? No atinar en la selección de lo que uno va a hacer es, esencialmente, perder el tiempo, comprometerlo, hipotecarlo. Me temo que yo perdí mi tiempo de estudiante, ¿Por qué no preferí otra profesión más acorde con mi temperamento? ¿Qué fue lo que me empujó a quehaceres tan opuestos a mis aficiones? ¿Cómo imaginarme en el desempeño de una profesión por la que siento alergia?

 

He gastado los días alocadamente, al desgaire, como quien sale al campo y lanza al aire sus monedas para ver quién las recoge cuando las encuentre.

 

Es el tiempo desperdiciado. Si nos fuera dable recoger las piezas, igual que hacemos con un rompecabezas, y ponerse pacientemente a reconstruir la existencia. Sería divertido, frutal y festival, como acto de alegría sana y nutricia.