NECESITO UN ENEMIGO

Por: José Muñoz Cota

(In Memoriam)

 

Desde niño pensé que un enemigo era la reencarnación del diablo encargado de vigilar.

Después, cuando joven sufrí por sus ausencias. Ahora, ya viejas las manos, creo que es necesario, impostergable, encontrar al enemigo que me devuelva la trascendencia de poseer una sombra propia.

No hay duda de que la luz sin la crítica venenosa de la oscuridad, terminaría siendo una luz insoportable, monótona y lacerante como una gota de agua taladrando la cabeza.

Humildemente pienso que carezco de méritos para engendrar enemigos. Supongo que ningún puñal se afila en las esquinas esperando a que de pronto de la vuelta; como también conjeturo que la primera piedra que debió lapidarme, ya se arrepintió en la mano del verdugo.

No tengo enemigos porque no merezco tenerlos. No sirvo para Goliath

Soy primo hermano de las hormigas y en la peregrinación de los puntos suspensivos, el alumno que no se sale de la fila.

¿Qué razón valdría para ser premiado con la presencia de un solo enemigo?

Ya sé que algunos que en un momento dado se dijeron mis amigos, presumen de cultivar su enemistad y hasta su odio; pero juro que viven a mis espaldas, practicando el placer soledoso de batirse a espada con su raquítica soledad.

Puesto que la enemistad obedece a ciertas afinidades electivas, yo recomendaría un heroico encuentro.

-Muy señor mío. No nos conocemos, pero quiero decirte que soy su enemigo y seguiré siéndolo.

En el segundo acto de esta comedia entrarán a la mitad del foro los imponderables, que rigen las historias y nadie puede predecir que pasará, hasta que el telón corte la cabeza de la luz.

Nunca es tarde para aceptar este axioma: se puede vivir sin amigos. Los amigos van y vienen, se multiplican como las arenas en las playas; empero la vida es estéril sin la certidumbre de contar, cerca o lejos, con la seguridad de un enemigo que no cese de espiarnos con la esperanza de borrarnos en la carátula de su reloj pulsera.

A los amigos -como a la Divinidad- se les reverencia, pero a los enemigos, dignos de serlo, se les busca con la linterna apagada de Diógenes.

No todo el que graciosamente se declara tu enemigo, sabe lo que hace. Abundan los aspirantes; empero, son tan mediocres que no salen del cascarón de sus malas ambiciones. Son la yerba mala; no crecen lo suficiente como para obstruir el paso regular del peregrino.

Los condenó Don Quijote cuando los perros ladraban al paso de su cabalgadura. Lo grave es andar inadvertido, casi invisible, pegado a su anominia, como un letrero que anuncia alarma en medio de una noche sin luna y con las estrellas clausuradas.

Amado Nervo fue el precursor de una existencia vigilante. Fue cuando predicó su evangelio: “Dios mío, ¡que hablen bien o que hablen mal, pero que hablen!”

Para cumplir estos menesteres están los enemigos. A semejanza de las plañideras alquiladas para gemir y llorar durante los regios funerales de un señor de categoría. Así son de imprescindibles los enemigos para que en el charco de lodo -como dijo Nietzsche- resalte el fulgor impoluto de la estrella.

Debe pesar la soledad de un cielo eternamente azul. Hacen falta las nubes, la filosofía del claro-oscuro. Sentimos a Rembrandt adentro de nosotros.

La sombra es existencial. Ella y la luz crean el milagro sinfónico del SER

Para la unidad de la vida, la luz y la sombra son formas del SER, no contrarios que luchan entre sí, sino gajos de una misma corola.

Ya se ve por qué reclamo el tener la compañía de un enemigo permanente; enemigo de tiempo completo; pero que no sea tonto. Puedo resistir a un enemigo analfabeto, a un lengua suelta, a un pésimo hacedor de poemas, pero a un tonto no; ni a un mudo; no me interesan los enemigos tartamudos.

¡Que hablen bien o que hablen mal, pero que hablen!