DE LA TRAGEDIA A LA LOCURA. / Joel Hurtado Ramón.

DE LA TRAGEDIA A LA LOCURA.

Joel Hurtado Ramón.

Enrique Peña Nieto es y ha sido uno de los políticos más agredidos  y golpeados, que yo recuerde, en la historia de este país. Desde que era gobernador del Estado de México se le acusó de todo, porque sus enemigos, que por lo que se ve no son pocos, lo consideraban el contendiente a vencer en la lucha por la presidencia de la República.

Se le señalo, entre otras cosas, de ser un títere de televisa, calumnia que se vino abajo con la reforma de telecomunicaciones. En esos días se publicaron, también, libros varios donde ni siquiera su familia fue respetada.

Durante la campaña presidencial tuve la oportunidad de leer un artículo publicado en un prestigioso periódico de corte internacional cuyo título era “La Invencibilidad de Peña nieto” porque estaban sorprendidos de que el candidato de oposición, postulado por el PRI, no podía ser bajado en las encuestas a pesar de la enorme cantidad de ataques que se le hacían de todo tipo, tamaños y colores.

Cuando logró la victoria electoral los calificativos en su contra arreciaron a tal grado que salieron a relucir cerdos, gallinas y animales diversos dándole un toque de comedia tragicómica al proceso electoral. A pesar de eso su triunfo fue ratificado por el tribunal electoral correspondiente.

Todo esto y más puede suceder, aquí y en China, porque existen algunos medios y comunicadores que dejan de lado la objetividad para servir a intereses y  fines perversos que no tienen nada que ver con el pueblo en su conjunto. Son plumas al servicio del mejor postor.

Entre los asuntos públicos circula una frase, desgastada por su uso, que afirma que en política ni los ataques ni los elogios son gratuitos, debido a esto es que algunos seudocomunicadores  se vuelven millonarios de la noche a la mañana.

Los dos primeros años del actual gobierno federal, hasta los sucesos adversos ocurridos en los últimos meses del año pasado, fueron de trabajo intenso para sacar adelante las reformas que durante décadas se estuvieron esperando. Fue un tejido inteligente y fino que dio por resultado la aprobación de las mismas y donde participaron todos los partidos políticos, unos de una forma otros de otra, pero todos, pienso yo, buscando el bien de la nación, después de esto el panorama se oscureció. Pareció haberse pasado de un éxito total a un fracaso absoluto.

Era el momento que los enemigos, abiertos y emboscados, estaban esperando.

Lamentablemente algunos piensan que la mejor noticia es la mala y entonces, cuando esto sucede, echan su gato a retozar.

Tirios y troyanos, unidos por el mismo fervor, se frotan las manos de gusto porque pueden sacar su armamento pesado y disparar a placer, en este caso al presidente de una nación, importándoles un bledo que con ello lastimen también al país que este representa.

El caso de Tlatlaya no ha sido una excepción en una lucha que se inició en el sexenio anterior.

Cuando se sacan las tropas a la calle no podemos esperar que los soldados preparados para  matar se porten como unos santones, sobre todo cuando se enfrentan a delincuentes desalmados que ya no se dedican solo a traficar la droga al extranjero como se hacía en tiempos pasados, sino que tienen asolada a la sociedad civil con secuestros, extorsiones, decapitaciones y todo tipo de asesinatos a mansalva. No se trata  justificar a las fuerzas armadas sino de entender el comportamiento de algunos de sus elementos.

Existen  especialistas en este tema que se preguntan si los soldados y los policías no tienen derechos humanos como todos los desalmados delincuentes que con tanto fervor defienden.

Por el caso Tlatlaya hubo muchos hipócritas dándose golpes de pecho  y pidiendo la pira para el ejecutivo federal.

El caso Ayotzinapa pasó de la tragedia a la locura y en ella se montaron los violentos desmadrestos de la cente y la ceteg (por favor con minúsculas) porque son los que tienen hundidos educacional y culturalmente a estados como Guerrero y Oaxaca, abundando en el atraso ancestral heredado de la colonia.

También aprovecharon la oportunidad las mismas fuerzas oscuras que propiciaron un gobierno municipal, coludido con el crimen organizado como existen otros más.

En Iguala como en Guerrero quien  propuso a sus gobernantes fue el PRD,   partido de izquierda  que en el momento de la postulación estaba manejado por Manuel López Obrador, el mismo que ya había destapado, por su nuevo partido,  a quien era Secretario de Salud Pública  del estado y protector de Abarca, presidente municipal del territorio donde ocurrieron los desafortunados sucesos. Sin embargo haciéndose los occisos le pasaron la factura al presidente de la República. Nada es casual, todo es causal.

Cuando todo esto estaba en su punto culminante se aprovechó la ocasión para escandalizar con los asuntos del tren rápido y la casa de la esposa del Presidente, cuyo único delito es el de ser su conyugue. En este país el éxito es imperdonable. Esto me trae a la memoria el triste chiste de los cangrejos en la canasta ya muy difundido para repetirlo nuevamente.

Sin embargo, más allá de todas las perversiones, lo importante es lo que queda.

Actualmente, derivado de todo lo anterior, la sociedad civil está exigiendo una recomposición del tejido social, combatiendo principalmente la corrupción y la impunidad. A los mismos políticos parece que ya los permeo la inconformidad y el hartazgo social y están proponiendo nuevas herramientas para combatir ese flagelo que es el sustento verdadero de casi todos los males que atormentan a esta nación. Existen quienes piensan que lo único necesario es que se aplique la ley conforme al estado de derecho, dejando atrás, para siempre, complicidades y simulaciones.