*Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar (Immanuel Kant). Camelot.
MUERA LA INTELECTUALIDAD
El presidente AMLO trae un pleito casado, desde endenantes, diría un cuenqueño, con dos de los mejores intelectuales de este país, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín. Casi al grito de ‘Muera la intelectualidad’, como ocurrió en aquel duelo verbal entre el militar de Francisco Franco y el gran Unamuno, en 1936, presente lo tengo yo. Después que el milico había gritado que muriera la intelectualidad, allí mismo le reviró. Unamuno dijo: “Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”. Según la historia que varias generaciones de españoles han aprendido, así terminó el rector, Miguel de Unamuno su interpelación al general José Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Así se redimió el intelectual vasco de su apoyo a los golpistas, y así se convirtió en símbolo de la democracia contra la dictadura, la civilización contra la barbarie y el bien contra el mal. Cómo no emocionarse ante el sabio anciano encarándose contra la bestialidad del general mutilado. Sus palabras son parte de la mitología española, un evangelio de valentía cívica ante el que solo cabe aplaudir con reverencia.
LA PECSI O LA COCA
AMLO no pasa semana que no arremeta contra alguno de estos dos. Los desprecia y detesta y, aunque dice que no sabe odiar, al parecer si los odia y con odio jarocho, diría un clásico. No hace mucho ocurrió un lio en Relaciones Exteriores, donde dieron de baja a un intelectual porque había sido crítico con una gente del Gabinete de AMLO, historia muy conocida, y en su lugar nombraron a una mujer en esa Embajada de México en España, para que cubriera el sitio y los chairos berrearon en las redes sociales, que habían despedido a un disidente y habían metido a otra igual, o peor.
El presidente en su púlpito de una mañanera, sentenció de nuevo a Krauze y a Aguilar Camín. Dijo:
“No tengo nada que comentar. Es muy difícil encontrar en el aparato administrativo gente que no esté relacionada con académicos, con intelectuales que dominaron durante mucho tiempo…. nada más había dos grupos que dominaban en el mundo de las letras, lo hemos dicho aquí: el de Krauze y el de Aguilar Camín, y al final políticamente son lo mismo. Es como dos partidos, que no quiero mencionar, aparentaban ser distintos, ¿no?, o es como la diferencia que hay entre la Coca-Cola y la Pepsi Cola… Desgraciadamente tenían predominio en toda Hacienda, Agricultura, Economía, Relaciones Exteriores”. Un dominio, dijo, que se ha ejercido sin cortapisa a lo largo de más de tres décadas”.
Aquí hace falta que otro intelectual, cualquiera con calidad, se aparezca en una mañanera y le diga al presidente un discurso como el de Unamuno a Millán. ¿Aparecerá?
EL DE JORGE ZEPEDA PATTERSON
Cito al escritor Jorge Zepeda Patterson: “Krauze y Aguilar Camín se constituyeron en mandarines por derecho propio gracias a un sistema político que, a semejanza del francés, rinde tributo a los intelectuales y busca una suerte de legitimidad cultural a través de ellos. Algo que no sucede en la tradición anglosajona, por ejemplo. Los dos produjeron libros seminales con enorme influencia; Héctor Aguilar en historia y literatura (Frontera Nómada, Morir en el Golfo, La Guerra de Galio, etc.), Krauze en historia cultural y política (Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana, Por una democracia sin adjetivos, Biografía del poder, entre otros muchos). Desde sus respectivas capillas ambos han ejercido explícita o implícitamente una relativa influencia en el diseño de políticas culturales en nuestro país”.
Fin de la historia.