FUNCION DE LA UNIVERSIDAD / JOSÉ MUÑOZ COTA

FUNCION DE LA UNIVERSIDAD

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

Toda universidad debe ser, fundamentalmente, el campo de la opción. Se supone que tanto en las aulas, como en los patios, como en los auditorios, a la sombra de la opción, del libre albedrio, de la libertad plena, los jóvenes van a analizar, a estudiar, a escudriñar el pensamiento en todas sus manifestaciones, para después de su preparación, cuando la vida sea oportuna para ellos, escojan el partido político al que su conciencia libre los conduzca.

Lo que se anhela es el quehacer autónomo de los jóvenes y, por ende, lo que se anhela es preservar a la universidad de transformarse en el boletín de cualquier partido político, el más audaz o el más fuerte, el más activo o el más listo.

Esto no quiere decir que privemos a la juventud de sus preocupaciones políticas.

La universidad no puede ser una isla. La universidad es un territorio espiritual que está en estrecho contacto con el tema de nuestro tiempo. No da la espalda a los problemas sociales. No puede darlos en cuanto vive en continuo laboratorio mental, para diseccionar la problemática mundial, y hallar las hipótesis de trabajo conducentes. Preocuparse es pensar, antes de ocuparse en los problemas y en sus posibles soluciones.

Pensar es revolucionar lo ya establecido; mejor aún: es preparar más que una revolución, una mutación de valores.

Y esto, porque ya sabemos que las revoluciones en su amarga mayoría, han degenerado en la secuela del asalto al poder y en la perpetuidad dentro del poder de los vencedores.

Lo que sentíamos que nos hace falta –lo que la humanidad añora- es una revolución interna. La metamorfosis del hombre contemporáneo en un individuo mejor, más bueno, mas creador, mas humanitarista…

Tenemos la dolorosa impresión de que las revoluciones, incluyendo la de México, han quedado inconclusas. O, de otro modo, que las revoluciones acaban siendo secuestradas por los triunfadores. Puesto que la injusticia solo cambia de manos para aplicar los viejos y angustiosos sistemas.

Quizás la universidad debiera ser el foro en donde plantear estas cuestiones, a nivel de fecundas discusiones.

(“Discutir, debatir, controvertir: la discusión es académica. El debate, parlamentario. La controversia, filosófica. El que discute habla con reposo. El que debate, habla con pasión. El que controvierte, disputa…)

La verdad es que la universidad vive bajo la constante amenaza de una violencia organizada por un partido político.

La universidad no puede caer en manos de quien, violentamente pregone el grito fatídico: ¡Muera la inteligencia! ¡Muera el libre examen! ¡Muera el derecho a disentir!

No es humanamente tolerable.

La humanidad, -este podría ser el diagnostico de nuestro tiempo- vive en su hora de confusión y de tribulación crecientes.

¡Unámonos los hombres libres para defender la autonomía espiritual de la universidad! ¡Fuera de ella las manos de los partidos políticos! ¡Fuera de la universidad el juego de los intereses de partido, no importe que partido, no interesa que política, no conmueve que doctrina!

La universidad tiene que elevar su nivel de estudios y con él, el derecho a la libre discusión doctrinaria, filosófica, científica, investigadora…cultural.

Se antoja resucitar las viejas palabras de Romain Rolland, después de la guerra de 1914, consignadas en uno de sus diarios: “Es menester (o lo será, pues sin duda habrá de ser la tarea de otra edad) volver a la asociación, o alcanzarla, no ya por la constricción  o la abdicación, sino por la voluntad libre, inteligente y fraternal. La última palabra deber ser siempre (recuérdelo) “Armonía”. Más, para que esa armonía sea plena, es necesario que todos sus elementos sean puros y francos. Y por ese lado hemos de pensar “Rehacer al hombre libre, esa especie reconocida. Reconquistar nuestra alma”.