VACACIONES DEL YO

VACACIONES DEL YO

POR JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

He releído un libro raro, entretenido y voraz: Vacaciones del Yo de Paul Keller.

La idea central de la novela –a un lado las acciones que se desarrollan- cabe dentro de una hipótesis, de una utopía: crear un retiro para que el hombre, o los hombres tengan vacaciones del Yo. Esta idea, tan extraña, me fascina. Quizá porque la he intuido con anterioridad y he repetido en varios poemas o en artículos, lo ventajoso que sería tener colgadas en el armario varias almas para cambiarlas, cuando menos una cada semana.

El proyecto de este hotel o ciudad de vacaciones, comprendería varias disposiciones terapéuticas de trascendental importancia: cambiar el nombre, el que uno tenga, por otro totalmente inocuo, Juan Pedro, Manuel… el nombre trae consigo un cúmulo de ligamentos psico-sociales muy molestos; prescindir, por supuesto, de la profesión, oficio, o lo que sea, no hacer nada sino trabajos manuales sencillos, superfluos; vaciar los bolsillos; sin dinero no hay tentación posible; olvidarse de la hora -yo he escrito antes un manifiesto contra los relojes-, no hay prisa por llegar a ningún sitio y es absurdo agitarse para acelerar el arribo a la muerte; no ver periódicos o revistas, nada de lo que acaece en el mundo tiene razón para desquiciar la existencia; todo esto, más algunos deberes domésticos, provocarían el cambio paulatino de la personalidad y constituirían unas positivas vacaciones.

Quien puede marchar de la ciudad a los balnearios, ahí multiplica deberes, distracciones, diversiones, juegos, bebidas, y, no prescinde del contacto con el exterior. No descansa. No se alivia de la enfermedad del movimiento citadino y de los ruidos. Llevar una vida casi monástica, pero sin religiosidad, como en un sanatorio nuevo, donde el reposo fuera la cura. Puntualiza, por ejemplo, “usted ha calculado el gasto de tiempo cotidiano en tres cuartos de hora -en leer periódicos- y el anual, por consiguiente en 274 horas. Si tomamos como tipo el día de nueve horas de trabajo, invierte usted en leer periódicos treinta días, un mes, en el año”. “A John no le importa la hora. Para el no ofrece ningún interés que sean las tres y diecisiete o las cuatro y veintiséis; no necesita apresurarse ni inquietarse; siempre tiene tiempo y siempre llega a tiempo. A lo único a que no debe llegar tarde es a las comidas; más, para eso, ya hay una campana que se encarga de avisarle. “Los médicos pueden calcular con toda seguridad que, lo que ellos edifican en una semana puede desbaratarlo más de cuatro veces el cartero en diez minutos”.

Esto, con otras palabras, sería una curación por el medio de descondicionar la existencia, cuando menos en la parte que, siendo tan obvia, nos tiene atadas como grillete que pendiera de nuestro pie.

¡Y pensar que bien pudiéramos, sino literalmente, cuando menos en un ensayo, proporcionarnos unas auténticas vacaciones del Yo, a tan poco precio y con un pequeño esfuerzo! (205).