De Babe Ruth: “No se puede vencer a alguien que nunca se rinde”. Camelot.
AYER TUVE UN SUEÑO
Entre el béisbol, el americano y la selección sub 20 anda uno atarantado, eso sin contar las finales del basquetbol femenil, que son una joya. Ayer tuve un sueño, por parafrasear a Martin Luther King, soñé que con mi hija Ximena llegábamos al Yankee Stadium de Nueva York, pero el sueño fue raro porque me entró lo cuenqueño que lleva uno dentro y entré despistado a una cancha que creo era de basquetbol, me levanté del asiento y pregunté dónde estaba el estadio de los Yankees, (andaba yo más perdido que Adán Augusto en el corral), el nuevo que se inauguró en 2009 y uno bajando del Metro te apeas casi frente a las puertas, en East 161st Street. Debo presumir que, en el sueño, cuando llegamos entramos y me tomé un par de fotos con mi hija, unas selfies. Pero allí oh enigmático sueño, desperté y ya no supe más, si ganaron o perdieron y tendré que esperar la tarde de hoy.
Debo decir, a fuerza de decir verdades, que en EEUU conozco dos o tres estadios, el de Yankees, porque ir a Nueva York y no ir a Broadway a ver el Fantasma de la Opera, aunque la hayas visto dos veces, es como ir a La Parroquia de Veracruz y no tomar el lechero con canilla. El de Los Ángeles no, pero un día vi a Los Dodgers en el viejo estadio de la bahía de San Francisco, California, cuando Fernando Valenzuela tiraba y se nos escapó por un día, porque había pichado endenantes, diría Minga, una gente de mi pueblo. El Candlestick Park fue su casa hasta el año 2000, cuando se trasladaron a su sede actual, el Oracle Park, que ha sido la casa de los Gigantes desde entonces.
En ese estadio hacia un frio del carajo, de condenados, el aire de la bahía pegaba directo y aconsejan llevar hasta un sarape mexicano.
AQUELLOS NEOYORKINOS
A los Yankees los he visto varias veces, una vez por casualidad, y lo he narrado, llegamos al que era el juego 100 de la temporada, mi hermano Enrique y José Luis, el amigo que no es rico, era un día de 2012, ha llovido desde entonces, ese día se coronarían si ganaban. Iban empatados y en extra innings llegó un jonrón de Bernie Williams y el estadio enloqueció, comenzaron a tocar en los sonidos del estadio la New York de Frank Sinatra y festejaban la victoria y las cámaras del estadio afocaban a las figuras políticas o de la música, entre ellas en aquel entonces el muy aplaudido alcalde Rudolph Giuliani, el Juan Manuel Diez neoyorkino.
Los americanos son perfectos para montar los shows y ese show demoró una media hora más y luego luego nos pelamos para agarrar el Metro rumbo al hotel. Fue una noche mágica de béisbol, todavía alcancé a ver al gran short stop Derek Jetter.
Nueva York es una ciudad de encanto y belleza, le han escrito poetas y cronistas callejeros, tiene músicos urbanos y tiene una Torre Trump en la Quinta Avenida, donde nos fuimos a tomar un café y estaba llena de guaruras, porque un día antes Trump ganó las elecciones, de ella se dice que es: “La ciudad que nunca duerme”, “En algún lugar entre vivir y soñar, está Nueva York”, “Todo es posible. Esto es Nueva York”, “Nueva York es un sentimiento”, “Un hombre se convierte en neoyorquino en cinco minutos”, y “Una vez que has vivido en Nueva York y lo has convertido en tu hogar, ningún otro lugar es lo suficientemente bueno”.
Mientras tanto, vivan los Yankees.