Apología del buen vivir / Zaira Rosas

Por: Zaira Rosas

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Toda persona busca una buena vida, pero ¿qué entendemos por buen vivir?, seguramente al pensar en lo que ello significa de inmediato consideramos las necesidades físicas como el alimento, un espacio digno para vivir, ropa y calzado. Si tenemos cubierto lo anterior pensaremos en aquello que nos produce bienestar, gustos, placeres y deseos, muy pocas personas relacionarán el buen vivir con un punto de equilibrio emocional o la salud mental.

Si nos enfocamos en las necesidades básicas de alimento, ¿por qué el mundo es tan dispar? En 2021, más de 828 millones de personas padecían hambre, en tanto que en lugares como Dubái considerar hojuelas de oro en un café es algo común. El hambre es una constante que crece pese a la disponibilidad de recursos naturales, porque el aprovechamiento e incluso la explotación de los mismos, sólo está disponible para unos cuantos.

Mientras hay quienes no tienen acceso a agua potable y mueren por sequías, otros tantos pueden usar este preciado recurso a diestra y siniestra sin el menor control o cuidado, e incluso bajo permisos dudosos pueden arrojar todo tipo de desechos a nuestros ríos y mares, haciendo así que sólo quien cuente con la posibilidad de filtros pueda disfrutar de agua limpia.

La comida es también un punto de experimentación, donde el buen vivir podría invitarnos a conocer todo tipo de texturas y sabores, inclusive valernos de otras especies para lograr este propósito, causando así pesca desmedida, caza ilegal y comercio clandestino de animales exóticos.

Lo mismo sucede con la ropa, mientras millones de personas viven en condiciones de pobreza extrema, un menor rango se puede permitir adquirir al menos las 52 temporadas que surgen de tendencias en el año gracias al fast fashion, la creación de nuevos textiles pocas veces es amable con el medio ambiente, la coloración de los mismos genera estragos en el entorno, los cuales se incrementan cuando la ropa termina en lugares como el desierto de Atacama en Chile. Se estima que el mundo genera un total de 92 millones de toneladas de residuos textiles cada año y la producción textil es responsable de aproximadamente el 20 % de la contaminación mundial de agua potable.

Podríamos seguir con múltiples datos de cómo el desarrollo de la humanidad, el avance tecnológico y el crecimiento expansivo de nuestra especie, también genera un gran impacto en nuestro espacio, ese mismo espacio que requerimos para seguir viviendo y que al acabarlo disminuye nuestra calidad de vida. ¿Es un buen vivir tener grandes centros comerciales, pero padecer múltiples sequías? ¿es acaso vida llenarnos de productos transgénicos por no respetar los procesos de la naturaleza? ¿e incluso generar variaciones en el clima debido a la explotación de recursos desmedida y la contaminación?

Si bien hablamos de daños irreversibles como seres humanos también podemos hablar de compromiso, cuidado y responsabilidad. Como bien dice la Dra. Asunción Pie Balaguer, lo que distingue a la humanidad es nuestro sentido de responsabilidad, estamos en dos polos, si bien somos responsables de grandes deterioros, también podemos serlo de acciones de cuidado. Nos encontramos entre posibilidades, donde tenemos la oportunidad de hacer consciencia, transformar el ideario del buen vivir y considerar que somos seres situados en espacios donde coexisten más especies y espacios.

Lo anterior implica consumo responsable de todo tipo de recursos, acciones conjuntas para el desecho de residuos, desarrollos respetuosos con los espacios naturales, información constante respecto a las consecuencias de nuestras acciones. El buen vivir implica que perduremos en el tiempo, pero sin mayor daño a nuestro entorno.