El arte de distraer, o la política del avestruz

Los muchos años de trajín en busca de la presidencia de México sirvieron de base a Andrés Manuel López Obrador para recorrer el país “puebleando”, y ningún otro actor político de México ha visitado tantas poblaciones rurales y urbanas como el actual presidente mexicano. Ese intenso contacto directo le ha permitido percibir el pulso de la psicología del mexicano medio, calcular el influjo de sus palabras entre los diferentes sectores sociales y saber en cuál de ellos causa mayores efectos. Por la actitud, reacción y asistencia de quienes lo acompañan en sus mítines ha logrado conocer con certeza los efectos de su discurso, que necesariamente no son iguales entre asistentes del área rural que de la urbana, e incluso, entre la clase media rural y la citadina. Ese gran acopio de experiencias sirve al ahora presidente López Obrador para calcular el tono, la repetición y el destino de sus palabras, el cuándo, el cómo y el dónde expresarlas. Pero todo cambia al ritmo de los tiempos y las circunstancias; de allí que se antoja desfasado escuchar al presidente convocar a una no solicitada revocación de mandato, catalogar como “ultra- tecnócrata” a un subgobernador del Banco de México y calificar de burocracia la presentación por la SEP de una carta de corresponsabilidad para el regreso a clases presenciales, temas propios de cualquier político opositor; pero ya como presidente debe presumirse que le corresponde ocuparse de una pandemia sanitaria cuyos números de contagios y defunciones aumentan sin cesar, atender la urgencia en hospitales públicos carentes de insumos y medicinas, remediar o atenuar las causas del deterioro económico y evitar que la delincuencia siga adueñándose de territorios sustraídos al Estado. Tal es una visión desde el llano, se ignora cómo aprecian desde las alturas ese panorama.