¿CÓMO PUEDEN RECETARME LA FELICIDAD?

POR JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

Llegó el partido y me recetó la manera de ser feliz, obedeciéndolo. No tendré por qué pensar, ni sufrir, ni preocuparme por nada. Ellos, los conductores sabios, los líderes, los gobernantes, están pensando, sufriendo, preocupándose por mí, para que yo obedezca y actúe sin remordimientos.

Si hay que denunciar a mi hermano, a mi novia, a mi padre, a mi amigo, a mi madre y a mis vecinos, tendré que hacerlo sin titubeos, porque antes que todo permanece la infalibilidad del partido.

Ciertamente han bajado a Dios del cielo para levantarle su altar en la tierra.

De este modo es como los ateos -de ese tipo- multiplican fetiches y mitos. Alá es Alá y el partido su profeta.

Nunca he podido entender dónde principian y terminan las fronteras de los pueblos y menos las fronteras de los hombres. La tierra se continúa sin solución de continuidad. Los ríos no se parten para diferenciarse según los países y no los he visto cambiar de color ni el rumor de sus aguas; tampoco las montañas seccionan sus ariscas arquitecturas para separarse, irreconciliables, de acuerdo con los diferentes idiomas que se hablen de país a país, de color a color, de moneda a moneda, o de estado a estado; tal vez si suceda con los árboles, cuando las selvas intervienen con su presencia en las fronteras y, a lo mejor, no he notado la variedad de sus uniformes diferentes en consonancia con los gobiernos a quienes sirven…

Es posible que algún sabio – ¡hay tantos sabios enfermos de sabiduría!- me recuerde, si es que llega a leer es tas notas, la irreductible diferenciación de las razas.

Ahí no más, a la vuelta de la esquina, están los blancos prendiendo cruces encendidas para crucificar a los hombres de color.

Ni siquiera en el nombre de Dios se han borrado estos odios. Y, sin embargo, yo creo que Jesús, el nazareno, no era rubio y ni siquiera blanco; tengo la certidumbre de que fue de tez oscura y no bello, si hemos de atenernos a la inspiración profética.

No sé si, al fin, los discriminadores tengan razón y las lágrimas de los blancos, el hambre, la angustia, la alegría, la esperanza, todo sea blanco y superior en ellos, de mejor calidad, de naturaleza más fina. No lo sé. Puede que los árboles, en el África, no sean verdes. Todo puede ser para satisfacción de las razas privilegiadas.

Nadie debe recetarme mi conducta, mi calidad humana estará por encima, deviniendo constantemente, creándose y recreándose, con la angustia y simple felicidad de ser hombre y nada menos que un hombre.