AQUELLOS TIEMPOS

De Pedro Paramo: “Allaì me oirás mejor. Estaréì más cerca de ti. Encontraras más cercana la voz de mis recuerdos”. Camelot.
AQUELLOS TIEMPOS
Uno puede seguir -como en la antigüedad lo decía aquel famoso anuncio-, los tres movimientos del Fab: Remoje, exprima y tienda. Ahora uno sigue la vida mundana por los protocolos asimilables, todos los movimientos para que las bacterias o virus no lleguen a tus fronteras y, te recomiendan si sales por el súper o a la farmacia o a lo que sea, llegar y limpiar las suelas de los zapatos, o poner a la entrada de tu casa una jerga con cloro y dejarlos ahí como hacen los japoneses. Luego vienen las recetas caseras, que tomar mucho limón y naranjas, que ponerte un poco de Vic Vaporub en las narices y en el pecho, que en las mañanas una cucharada de bicarbonato, los mexicanos somos expertos en recomendar ungüentos y brebajes y remedios caseros. De los remedios caseros de las abuelitas, salieron frases que se inmortalizaron: “Aceite y romero frito, bálsamo bendito”. Otra: “Para el catarro, el jarro, y si no se quita, la botellita”.
LA TIA EUSTOLIA
Yo Mero suelo usar mucho el Vaporub, ahora te lo venden hasta en jarabe y en jabón para que al bañarte huelas a Vic Vaporub y saques las bacterias. Otra historia, la tía Eustolia, una viejecita tía mía que vivió en Tierra Blanca y estuvo casada en tiempos de la revolución con su marido, al que los alzados revolucionarios se lo llevaron y a ella le dejó unas monedas de oro que enterró en el patio de su casa, que era muy particular y se llueve y se moja como los demás, según la canción infantil.
Allí las dejó por años, tuvo un sufrimiento terrible, un hijo al que la enfermedad del alcoholismo atrapó y terminó quitándole la vida en hospital, y como Yo Mero de chamaco era su consentido y mandadero, a mis 13 años allí iba por él a buscarlo a las cantinas y entonces me lo llevaba y un tío (Edgard) lo amarraba al pie de una cama hasta que se le pasara la borrachera y cruda.
Bueno, pues la tía Eustolia un tiempo se decidió y años después, viejecita, cuando la revolución se había ido y se bajaron del caballo y ya andaban en autos últimos modelos, según Jorge Ibargüengoitia -el escritor que falleció en aquel terrible accidente de avión en el Barajas de Madrid cuando varios escritores iban a Colombia-, pues la tía sacaba dos o tres moneditas centenarios de oro y con tierrita y toda la cosa se la llevaba al gerente de Banamex, para que se las tomara a cambio y le diera dinero y comenzó a construir su casa de mampostería, como dicen, con unos albañiles hasta terminarla en la cima de una colina frente a la escuela secundaria, donde estudiábamos, lo recuerdo ahora porque llegó a regalarme una moneda que tiene mi esposa, porque si yo me quedó con ella la gasto. Es un centenario de 2.5, que hoy debe costar unos 9 mil y pico de pesos, allí sigue guardada.
Las vivencias de los pueblos son a veces, como los de Juan Rulfo en su Pedro Paramo (me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo). Si Rulfo o García Márquez hubieran (ah los hubiera) conocido a la tía Eustolia, seguro le hubieran hecho un relato para sus libros, o a la tía Rufina, otro personaje, pero es historia que dejo para otro día. Hoy el espacio se terminó.