HACE UNOS AÑOS EN JAPON (2015)

*De John Williams: ‘Dios habla a mí, no a través del trueno y el terremoto, ni a través del océano y las estrellas, pero a través del Hijo del Hombre, y habla en un lenguaje adaptado a mi visión imperfecta y el oído’. Camelot

 

HACE UNOS AÑOS EN JAPON (2015)

 

Hace unos años, en 2015, por cosas del destino fui a Japón. Hoy, que están las olimpiadas de Tokyo rememoro aquella columna que escribí y recuerdo. Conocí parte de su cultura milenaria, sus templos, sus jardines botánicos, los templos del Emperador, lo que haya aquí, porque entendemos que las bellezas grandes están fuera de Tokyo, una ciudad con casi 14 millones de habitantes, en toda su periferia. ¿Qué tienen los japoneses? Muchas cosas, son callados, silenciosos. Cuando el grupo mexicano anda por algún lado, seguro se asombran. No hay ruidos en la calle. Nadie toca el claxon. Respetan al paseante. Ciudad limpia. Casi todos tienen los ojos oblicuos, por su raza, por su genética. Dejan fumar en algunos sitios. Son respetuosos de las colas para lo que sea, lo mismo para ir al baño (en el avión) que, para comprar boletos, etc. Me dicen que hay vagabundos, pero aún no los veo, que, a diferencia de otros países, no piden limosna. Montan sus carpas en los parques públicos y allí duermen. No se debe dejar propina. No están acostumbrados a ellas. Por la mañana fui a un parque botánico, donde pululan los arbolitos Bonsai, un árbol que se originó en China hace unos dos mil años, pero que esta gente los ha hecho suyos. Frente al parque de árboles, un castillo imperial con sus tejas de dos aguas, sus techos encorvados, típicos japoneses, está en obra, un lago lo rodea, los lagos servían de fosas para defenderse de los enemigos. El emperador Hirohito murió en 1989 y su hijo, Akhijito (sin albur) gobierna desde entonces. El Palacio de Koyko es su residencia.

 

EL PERRO MAS LEAL (HACHIKO)

 

Un día menos pensado, caminando por esas calles japonesas, sin buscarlo lo encontramos. Está en el cruce de Shibuya, la calle peatonal más transitada del mundo. Se ven miles por segundos cruzando de lado a lado. En una esquina está fija la estatua. Llamó nuestra atención que la gente se arremolinaba y, como buenos jarochos, ahí fuimos a dilucidar qué cosa veían. En Tokyo conocí la estatua del perro japonés Hachiko. De repente, al caminar entre el centro, lo que es su Times Square japonés, un sitio lleno de luces y pantallas como el neoyorkino, vimos a la gente arremolinarse en la estatua del perro fiel. Jamás en la historia se ha registrado un caso de perro más fiel. El de Hachiko, que al morir su patrón lo esperó en la estación del tren por 9 años, una historia que tomó Hollywood y que Richard Gere embelleció y entristeció al mundo, cuando se conoció la historia. Un amigo me dice que la estatua original con el profesor está en la Universidad de Tokyo. Otra está en la terminal de trenes, donde murió el perro en espera de su amo. Pero esta del perro es retratada por miles. Cientos y cientos que forman fila para tomarse una foto al lado del can más famoso de Japón, y creo que del mundo.

 

EN KYOTO (TEMPLOS Y GEISHAS)

 

Uno se apea del auto y comienza la caminata. Hagan de cuenta que es un bosque como el de Chapultepec, pero a lo bestia. Tiene más de cien mil árboles, centenarios todos, quizá alguno milenario, si es que han sobrevivido. Hay uno de alcanfor que expide el olor. Uno arruga una hoja de las caídas al suelo y las huele y eso es alcanfor, como el olor de la guayaba de García Márquez. Es un santuario de paz, a la entrada se comienza a las fotografías. Todo tiene su simbolismo, desde unas barricas de vino, hasta una galería de cojines con jeroglíficos, que son barriles de Sake. Hay bodas también, encontramos a una geisha con su vestimenta y a posar con ella.  Allí estuvimos un rato no muy corto, pero tampoco muy largo. El Templo da quietud, en silencio llega la gente. Prohíben fotografiar, se puede hacer afuera, en un patio grande, cuando te asomas a la entrada del templo, cerrada para los mortales, la vista es impresionante. Llegan, dan tres aplausos y unen las manos, cierran los ojos y a orar en silencio. Luego, tiran unas monedas, eso sí, no te dejan tomar fotos, pero monedas, bienvenidas. Cuenta el guía que el día de la festividad, hagan de cuenta el 12 de diciembre nuestro en la Basílica, son tantos los fieles que no se pueden acercar, y tiran el dinero desde lo lejos, seguro deben descalabrar a algunos porque en los soportes de las columnas de madera están las huellas de esos tiros y las ranuras de las monedas volando a alta velocidad.

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