LAS VACUNAS A ORIZABA 

*La historia es un incesante volver a empezar. Camelot. 

 

LAS VACUNAS A ORIZABA

 

Llega el abril de las primaveras. Se va el marzo de la pandemia. El abril de los Hermanos Carreón, el de las Cerezas que están maduras eso lo sé. Aquel abril de Antonio Machado: “Abril florecía frente a mi ventana. Entre los jazmines y las rosas blancas de un balcón florido”. Días que a Orizaba el gobierno de Cuitláhuac le levantó el castigo y ya comenzaron las vacunaciones en esta ciudad que sigue sin policía municipal, por el cuartelazo que le dieron enchilados los tres chiflados. Me cuenta un amigo que le tocó vacuna en Cerritos, que todo estuvo bien, que muy temprano las colas se formaban pero poco a poco pudieron entrar todos. Había mucha calor, el sol pegaba duro y dentro también asfixiaba, pero allí y en el Tecnológico, donde fue una amiga a vacunarse, las cosas salieron bien. Tan bien que hasta  Monseñor Obispo de Orizaba, Eduardo Cervantes Merino, llegó y se formó, se echó una persignada y le aplicaron su vacuna. Dice que no le dolió nada y recomendó a todos ir a ponérsela. Ahora hay que esperar la segunda dosis. Un reconocimiento a las enfermeras del IMSS, que brindaron el buen servicio para vacunar a sus paisanos. Sigo habilitándome contra el vértigo, mi parte médica de hoy es que ya pude caminar dos kilómetros parejos en mi jardín, porque un amigo me dijo, aprovechándose de mi ignorancia, que cuando uno deja de hacer ejercicio el cerebro manda una señal de que hasta en 20 días puede uno volver a ejercitarse cómo se hacía antes. Me quedé con cara de what, no supe si aprovechó mi tontera o era verdad. No lo sé.

 

LO QUE SE ME OLVIDO DE COLOSIO

 

Ayer, al terminar el texto de esta columna sobre el libro Colosio de Raymundo Riva Palacio, me quedó en mi coco agitado un tema que fui armando conforme pasaba la noche. Me acordé de aquellos del entorno de Colosio que estaban vivos, y los que murieron. Y voy, a ver si no se me pasa alguno. Si se me pasa, me lo recuerdan.

Del tiempo de Colosio viven los dos presidentes que fueron actores principales, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Salinas salió en un documental de una miniserie, 1994, que exhibió Netflix del extraordinario periodista Diego Enrique Osorno.

Viven también Marcelo Ebrard, que fue la mano derecha de Manuel Camacho Solís, y como su segundo de a bordo vivió todo aquel torrente de cambios, cuando ambos se fueron al servicio exterior. Vive también Manlio Fabio Beltrones, pieza clave en esos días porque, hasta fue señalado que le prestaron a Mario Aburto un rato para interrogarlo, cosa que él negó. Enviado por el presidente a Baja California, algo sabrá de esa historia funesta. Viva está también la conductora Talina Fernández, aquella corresponsal de Jacobo Zabludovsky, que al estar en el hospital donde atendían al herido, le pedía ingresara al quirófano. Hay muchos vivos en esta historia, los fiscales, los procuradores, la historia va poniendo a cada uno en su lugar, muchos de ellos hablaron, y de las miles y miles de fojas de las declaraciones, cada uno dio su opinión. Vivo está también José Córdoba Montoya, el número dos de Salinas, un alma siniestra. Y el vivo más importante de esa historia, es Mario Aburto, el criminal confeso, ese mismo que ahora no hace mucho pidió a la Comisión de Derechos Humanos, revisaran su caso, donde vive una condena de 45 años, desde aquel 1994.

Muerta esta Diana Laura, la viuda, fallecida por un cáncer al poco tiempo, al igual que el padre del candidato, Luis Colosio Fernández, que había sido alcalde de Magdalena de Quino. Muerto también Fernando Gutiérrez Barrios, la historia viva de ese y otros México. Y nuestro paisano, Juan Maldonado Pereda, que al momento del crimen era el Delegado del PRI en esa entidad y, cuando llevaban a Colosio herido a la Blazer, él ocupaba el asiento trasero y tuvo que bajarse porque no cabía el cuerpo inerte del candidato. Las ropas de Juan Maldonado guardaron esa sangre de Lomas Taurinas.

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