“El Congreso es muy extraño. Un hombre se levanta para hablar y no dice nada. Nadie escucha, y luego todo el mundo discrepa”. Senador Alexander Wiley, citando a un observador ruso (1947). Camelot.

 

INTERVENCION AMERICANA

 

Los LeBarón cimbraron la tierra y la frontera mexicana. Pidieron a míster Donald Trump que declare a los carteles mexicanos como Organizaciones Terroristas Extranjeras. Cuando eso ocurrió a AMLO y al Canciller Ebrard se les pararon los pelos de punta. Tragaron camote y gordo. Cuando la legislación americana vislumbra terroristas en otro país, que además dañen a sus connacionales, tienen toda la autoridad del mundo para penetrar a otra nación sin importarles nada de soberanía. Eso hizo que el presidente de México dijera que por ninguna razón les permitirían entrar. Algo se vislumbra cuando la lucha contra la guerra del narcotráfico el Estado la va perdiendo y los carteles son más poderosos que el mismo gobierno, la prueba fue con Ovidio, en su detención en Culiacán. La familia LeBarón le pidió eso por los cauces legales en la Casa Blanca, y hay varios senadores poderosos que le piden a Trump que volteé a ver a México, porque esa política de abrazos y no balazos se fue al basurero de la democracia, o de los intentos de pacificar un país. Es cierto que nadie quiere ver a los Marines patrullando Tamaulipas, Sonora, Baja California o Culiacán, los estados fronterizos donde el narcotráfico se ha vuelto más poderoso que el Estado, con todo y que lo niegue el aburrido de Alfonso Durazo, si a AMLO le da flojera recibir al poeta Sicilia, mas flojera y hueva dar oír a Alfonso Durazo, termina uno durmiéndose en esos minutos que algo declara. Y el peligro está en todo el país. Apenas ayer a un francés, que visitaba el Nevado de Toluca, le salió la maluria y lo secuestraron, gente que atraviesa las camionetas y bajan y con armas los trepan a las suyas y se llevan a la gente para pedir luego rescate. Eso lo saben las autoridades del primo de Peña Nieto, lo saben y no hacen nada. Tuvo que entrar a la negociación la Embajada de Francia, para rescatar a uno de los suyos y pagar 30 mil pesos pedidos. Por eso es común que el gobierno americano a cada rato les pida a sus connacionales que trabajan en consulados fronterizos, que no salgan de noche, aunque en el día es tantito peor. O sea, buzos porque ahí vienen los Marines, si siguen con eso de: Abrazos, no balazos. Todos sabemos dónde están los focos malos, por ejemplo, trepando la Cumbre de Maltrata o Acultzingo, de Orizaba a Esperanza, a diario hay asaltos y ni modo que los policías federales no lo sepan. O la Guardia Nacional.

 

MUERTE A LA CARTA

 

Hay estados de la Unión Americana donde los sentenciados a muerte pueden escoger la mejor forma de morir, si es que hay alguna. Todos soñamos con morir en la tranquilidad de una cama, sin sobresaltos, que llegue la muerte y bendita sea si no hace daño ni crea dolor. Si la muerte pisa mi huerto, quién firmará qué he muerto de muerte natural, cantaba Serrat del gran poeta Miguel Hernández. El filósofo chino, Confucio, primo lejano de Kamalucas, un filósofo de mi pueblo, solía decir: aprende a vivir y sabrás morir bien. Los condenados a muerte en Estados Unidos son por lo regular crápulas que han liquidado gente. Asesinos confesos. Pues bien, en Utah, uno de los estados norteños, la legislación permite que el sentenciado a muerte escoja cómo morir. Como si se estuviera en una Mac Donald y pudiera uno pedir la burguer o la triple Mac. A un gringo maloso le ocurrió. Sentenciado a muerte, escogió ser fusilado, porque dicen que ser fusilado tiene un toque de heroicidad y se puede mirar al pelotón de fusilamiento cara a cara, da caché, pues. Los del pelotón de fusilamiento, para que no carguen en su conciencia él haber sido el killer, toma uno de ellos un rifle con balas de salva y así ninguno reconoce de quién fue el tiro certero. En la historia de la revolución hubo muchos casos así. Martín Luis Guzmán nos explica varios de ellos, como aquel general rebelde que, cuando las fuerzas de mi General Villa lo tenían en el paredón, pidió fumar un cigarro, de seguro era Delicados o Alas Extra. Lo dejaron fumar, la mano no le temblaba y la ceniza se mantuvo firme, quería decir esto que era de los soldados bragados, muy cojonudo. Hay formas de morir: inyecciones letales o silla eléctrica. Ignoro cómo le fue al gringo, si pidió piedad o solo cerró los ojos para esperar el tiro liquidador. Pero de que pidió cómo morir, lo pidió, y le fue concedido.

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