SINATRA Y TONY BENNET

Un proverbio árabe recomienda dar al necesitado un pan y una flor: el pan para poder vivir, la flor para querer vivir. Camelot.

 

Se está yendo octubre, el de las lunas más hermosas, pasó rápido, como muchas cosas de la vida. Ganan Tiburones Rojos, por fin, y dejan en el camino el maleficio de más juegos perdidos en el mundo. El Culiacanazo dejó un antes y un después, aunque lo nieguen los que gobiernan. Al presidente se le apareció su Ayotzinapa y cabecea en las mañaneras como puede. Algún día de años venideros veremos en Netflix, qué fue lo que en realidad ocurrió. Vienen los muertos, será Día de Muertos y los panteones lucirán esplendorosos, en Orizaba el nuestro (nuestro, porque allí aterrizamos todos, tarde o temprano, pero ahí vamos, o al menos que las cenizas se lancen al viento, como las penas al viento de los Hermanos Carreón), Juan de la Luz Enríquez, lucirá pleno con la romería y las visitas de las familias orizabeñas, que van a dejar flores a sus Difuntos. Al de Orizaba lo bautizaron como Juan de la Luz Enríquez, en represalia porque el gobernador de Veracruz, llamado así, un mal día se llevó los poderes que aquí vivían, a Xalapa, y la población en venganza le puso el nombre al panteón. Gobernador nacido en Tlacotalpan, nada que ver con Orizaba, más que aquella maldad.

 

SINATRA Y TONY BENNET

 

Cuenta Tony Bennett que él subió a los altares de los exitosos y afamados, la vez que le preguntaron a Frank Sinatra quién era su cantante favorito. Cuando respondió que Bennett, los sinatristas se dispararon a las tiendas de discos, y Tony jamás tuvo un concierto donde no estuviera a reventar. Vicente Verdú lo entrevistó hace un tiempo. Este hombre de 85 años ha logrado ser el sobreviviente de ese tipo de música. Alguna vez lo compararon con Sinatra, pero dijo nones: “Nunca he querido ser el número uno, porque cuando intentas llegar a la cima, siempre te empujan hacia abajo. Todo el mundo te empuja hacia abajo”. Este crooner, que dejó su corazón en San Francisco, ha logrado una empresa familiar en su carrera: “Uno de mis hijos es mi representante, el otro, el técnico de sonido que mezcla los discos. Y mi hija pequeña sube al escenario a cantar conmigo. Después de muchos años de infelicidad con distintos empresarios que me robaban el dinero, me mentían, se burlaban de mí y todo eso, ahora estoy rodeado de mi propia familia. Esto es ser feliz”. Bennet es casi similar historia a la de José José, que todos se aprovecharon de sus regalías y de sus dineros, para dejarlo morir casi en la pobreza, abandonado en un hospicio, solo, quizá recordando solo los años que vivió en la grandeza con su música.

 

LOS IDUS DE MARZO

 

¿Qué fueron los idus de marzo?, pregunta un lector. Los idus de marzo obedecen al crimen traicionero a Julio César, y a la leyenda: Cuídate de los idus de marzo. Aunque los idus eran una celebración en la antigua Roma, se marcó como los tiempos tenebrosos de aquel crimen que la humanidad no olvida, desde el lapidario: ¿Tú también, Brutus?, de César a su ahijado y pupilo.   Era el año 44 A.C. ‘Iba a pasar en silencio las espadas que se clavaron en el príncipe, cuando Vesta me habló de la siguiente manera: “No dudes recordarlo; aquel era mi sacerdote. Manos impías fueron a buscarle armadas, Pero yo quité de en medio al hombre y no dejé más sino su imagen. La sombra de César fue la que sucumbió al hierro. Conspiraron contra él más de sesenta personas, siendo los cabecillas de la conjura Gayo Casio, Marco y Décimo Bruto. Dudaban primero si, divididos en dos grupos, unos lo arrojarían del puente mientras llamaba a las tribus a votar durante las elecciones en el Campo de Marte y otros lo recogerían abajo para matarle, o si le atacarían en la Vía Sacra o al entrar al teatro, pero, cuando se convocó al Senado para los idus de marzo en la curia de Pompeyo, no dudaron en preferir esta fecha y lugar”. Hubo algunos presagios. Cuenta la historia que Julio César tuvo varios. En uno, ‘vio que las manadas de caballos, que había consagrado al río Rubicón al atravesarlo y dejado sueltas y sin guardián, rehusaban obstinadamente el pasto y vertían abundantes lágrimas’.

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