El Fondo de Cultura Económica y el precio del machismo institucional

Por Miguel Ángel Cristiani G.

¿Hasta qué punto puede tolerarse la arrogancia en nombre de la cultura? Esa es la pregunta que hoy sacude al Fondo de Cultura Económica (FCE) y al gobierno federal, luego de las declaraciones de su director, Paco Ignacio Taibo II, quien, con una ligereza impropia del cargo, descalificó obras “horriblemente escritas” por mujeres, para oponerse a las políticas de inclusión literaria. Las palabras no fueron un exabrupto casual: son el reflejo de una forma de pensamiento que se resiste a entender la igualdad como valor, no como concesión.

El episodio, ocurrido el pasado 23 de octubre durante una conferencia encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum, expuso algo más grave que un simple desliz verbal. Reveló cómo, desde una institución pública financiada por los contribuyentes, se reproducen prácticas de machismo institucional, disfrazadas de criterio literario. No es poca cosa: el FCE, fundado en 1934, es uno de los pilares de la cultura mexicana, y su función es promover el pensamiento crítico y la pluralidad, no el prejuicio ni la exclusión.

En respuesta, un grupo de escritoras, poetas y artistas, agrupadas como Las Horribles, realizó este martes un “mitin poético” frente a la sede del FCE en la Ciudad de México. Con lecturas, manifiestos y versos cargados de ironía, exigieron la renuncia de Taibo II, su disculpa pública y una revisión profunda de los criterios editoriales. La protesta no fue improvisada: fue la respuesta articulada de un movimiento que, desde hace años, denuncia la marginación de las voces femeninas en los espacios culturales controlados por hombres.

Que la presidenta Sheinbaum —la primera mujer en ocupar ese cargo— haya defendido al funcionario llamándolo “gran compañero” solo agravó el malestar. Las feministas, encabezadas por Diana Luz Vázquez del colectivo Ley Sabina, le recordaron que “cualquier hombre machista violenta a las mujeres y no puede ser un buen compañero”. La frase, tan dura como cierta, resume el dilema que enfrenta el nuevo gobierno: ¿de qué sirve tener un gabinete paritario si se toleran comportamientos que perpetúan la desigualdad desde las instituciones del Estado?

No se trata de censura ni de cuotas forzadas. Se trata de responsabilidad pública. Un funcionario cultural no puede burlarse de la lucha por la equidad de género ni usar la tribuna del Estado para dictar qué voces son dignas de leerse. La Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres obliga al Estado a promover condiciones de igualdad sustantiva; el FCE, como institución pública, está sujeto a ese mandato. Lo que Taibo II calificó de “poemas horribles” no es una cuestión estética: es una falta ética y política.

La cultura no necesita guardianes del buen gusto ni caudillos del canon literario. Necesita respeto, diversidad y diálogo. Y si el director del Fondo no entiende eso, debería hacerse a un lado. Su padre, Paco Ignacio Taibo I —a quien muchos recordamos como un maestro del periodismo, caballero de la cultura y un defensor de la libertad—, difícilmente habría caído en un desdén tan pobre y anacrónico.

Porque el verdadero problema no es solo lo que Taibo dijo, sino lo que su permanencia significaría: la normalización del desprecio. En tiempos donde México presume avances democráticos y de género, no podemos permitir que el Fondo de Cultura Económica se convierta en un fondo de exclusión misógina. La cultura pública debe ser la casa de todos, no el feudo de unos cuantos iluminados que se creen con derecho a decidir quién escribe bien y quién no.

La cultura no se defiende con soberbia, sino con respeto. Y el respeto, en estos tiempos, empieza por escuchar a las mujeres.