Bad Bunny y el cambio de estructuras

Por: Zaira Rosas

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¿La música es para todos? Se podría decir que sí, mas no es así cuando se trata de la música en vivo que se capitaliza como experiencias. En los últimos años se ha visto un auge en la demanda de conciertos, una parte va relacionada con el encierro que se vivió en la pandemia y la otra con la demanda de experiencias únicas que representan los conciertos.

En la lógica capitalista las vivencias irrepetibles son más costosas, a mayor poder adquisitivo, mayor es la exclusividad y el privilegio, incluso se venden paquetes VIP que hacen que un boleto duplique su valor y otorgue ciertos beneficios o recuerdos únicos a quien lo adquiere.

Bad Bunny no escapa a esta lógica donde acudir a uno de sus conciertos es un privilegio en cualquier sentido, partiendo desde la residencia que montó durante un mes en Puerto Rico, misma que hizo que personas de todo el mundo se trasladaran para vivir al ritmo de la orquesta lo que significa estar en esta isla.

Sus canciones son sinónimo de ritmos latinos, mueve a las masas, posiciona el español como lengua y también es un ejemplo de revolución y protesta disfrazada de popularidad. Los acrónimos en los títulos de sus canciones, las letras irreverentes e incluso el Sapo Concho, protagonista del último disco, son ejemplos de que el arte también puede ser una invitación a la protesta y la transformación.

En medio de una lógica capitalista y un sistema que destaca los privilegios el escenario también es una revolución y así lo demostró el artista con su llegada a México, donde programó 8 fechas con lleno total donde las secciones tuvieron un cambio gracias a sus nuevas estructuras. Idealmente quienes pagan más tienen de cerca al artista, pero en esta ocasión trajo la famosa “casita” a una nueva sección, la más accesible donde democratiza este privilegio para más personas.

De inmediato los comentarios no se hicieron esperar, hubo quejas e inconformidad por parte de quienes habían pagado el doble para ver a su artista “más cerca” y ahora quienes adquirieron un boleto general pueden también disfrutar de esta experiencia masiva. Lo anterior solo demuestra una lucha constante que prevalece en medio de sistemas capitalistas, funciona para algunos, para otros no porque incrementa las desigualdades, pero mientras tanto el Boricua más famoso del momento nos recuerda que en ocasiones las narrativas pueden ser más equilibradas y justas con una mayoría.

Su música masivamente popular, no solo consta de una buena combinación de ritmos y grandes colaboraciones artísticas, tampoco se encuentra en un punto de popularidad sin esfuerzo, el punto actual de Bad Bunny es el resultado de innovación, creatividad, pero también vinculación social, tiene clara su meta, cuáles son los dolores que carga la gente y cómo su fama es un punto fundamental para marcar la diferencia en el entorno, desde 2020 es uno de los artistas más escuchados en el mundo, aún en países como Estados Unidos donde no predomina el español, él sigue posicionando el idioma en nuevos puntos de consumo.

Tampoco es casualidad su incursión en películas del Hollywood donde representa un punto de atracción para públicos latinos, pero también un contrapeso ante ideologías de poder que buscan que predomine lo blanco y destinan a personas latinas el mismo rol constantemente.

Bad Bunny no elimina la lógica capitalista del espectáculo, acudir a cualquier sección de sus conciertos es en sí un privilegio, los boletos más baratos tenían un costo mayor a mil pesos. Sin embargo, sí introduce fisuras que obligan a replantear privilegios normalizados. Tal vez ahí radica la potencia de su propuesta: usar la popularidad, los números y la atención masiva para incomodar, para recordarnos que el arte no solo entretiene, también puede redistribuir miradas, espacios y experiencias, sus cambios de estructura son también una muestra de que el entretenimiento puede impulsar cambios que resuenen más allá de un concierto.