Columna: Políticas, traiciones y algo más
Título: La deuda que nunca duerme
Por: Marco González Kuri
Hablar de la deuda pública mexicana sexenio a sexenio es como ver una telenovela con el mismo guion y distintos actores: sobresaltos, rescates, promesas y silencios… solo que aquí no hay final feliz ni villano que se arrepienta. Desde los años ochenta, cada presidente ha jurado solemnemente “poner en orden las finanzas”, y todos, sin excepción, terminan dejando el clóset más lleno de deudas que de ideas. En México, la deuda no se paga: se hereda, se maquilla y se presume como “estabilidad”.
Miguel de la Madrid (1982–1988) recibió un país en bancarrota. La crisis de 1982, con el peso devaluado y los bancos nacionalizados, lo obligó a aplicar la “austeridad republicana” antes de que fuera moda. La deuda superaba el 80 % del PIB y México dependía del FMI (Fondo Monetario Internacional) para respirar. Su sexenio fue de ajustes, recortes y dolor social.
Carlos Salinas de Gortari (1988–1994): el espejismo del éxito, con el Plan Brady y las privatizaciones, Salinas consiguió reducir la deuda. Se firmo el TLCAN y se vendió la idea de una economía moderna. Pero esa estabilidad se compró con dinero por el remate de las empresas del estado y una confianza frágil del mercado. Cuando el peso colapsó en 1994, todo el castillo de naipes se vino abajo. La deuda bajó en papel, pero el costo social de las privatizaciones se pagaría con miseria para el pueblo.
Ernesto Zedillo (1994–2000); el llamado “error de diciembre”, que Zedillo heredó tuvo que apagarlo con préstamos internacionales. La deuda repuntó con el rescate bancario (FOBAPROA), el país quedó marcado, pues siempre se rescata a los grandes empresarios y se ajusta el cinturón al pueblo. Fue un sexenio de realismo económico y cinismo político: se pagó el precio del modelo salinista.
Vicente Fox (2000–2006); el primer presidente del PAN recibió finanzas ordenadas y mantuvo la deuda estable. Con superávit petrolero (que paro en las arcas de sus hijastros) comenzando el desmantelamiento de las empresas del estado PEMEX, CFE y Luz y Fuerza del Centro. Fox se benefició del bono democrático y de la herencia de estabilidad económica. Su mayor mérito fue no estropearlo. Deuda controlada, pero sin reformas estructurales que aseguraran el futuro.
Felipe Calderón (2006–2012); subió la deuda tras la crisis de 2008 y el gasto en seguridad. En seis años, la relación deuda/PIB pasó de 30 % a casi 40 %. El argumento era simple: “hay que gastar para no colapsar”. Y a pesar de que también hubo precio de petróleo alto y alta producción de crudo, nunca se supo a que se destinó este superávit, y aunque se evitó una recesión prolongada, el costo fue dejar al Estado más endeudado. La “guerra contra el narco” también drenó recursos que pudieron ir a inversión productiva.
Enrique Peña Nieto (2012–2018); en su sexenio el país mantuvo estabilidad cambiaria, pero el gasto público se disparó. Las “reformas estructurales” exigían inversión y los ingresos petroleros caían. Resultado: la deuda pasó de 40% a más de 47% del PIB. Fue el sexenio donde el maquillaje contable y la opacidad presupuestal disfrazaron una política fiscal expansionista.
Andrés Manuel López Obrador (2018–2024): prudencia… hasta que llegó el virus el autodenominado gobierno de la austeridad se mantuvo moderado en deuda hasta 2020. Luego llegó la pandemia y, aunque se negó a contratar grandes créditos, el PIB cayó tanto que la proporción de deuda subió por efecto aritmético. Al cierre de su administración, representó 51% del PIB: el nivel más alto en una década. Sin crisis de deuda, pero sin margen para más gasto.
Claudia Sheinbaum la presidenta inició su mandato con un propósito claro: estabilizar la deuda sin frenar la inversión social. En su primer año, Hacienda reportó una ligera reducción del indicador a 49.2% del PIB, aunque aún es temprano para evaluar su sexenio. Heredó un país con inflación contenida, pero con presiones por políticas, pensiones, salud y seguridad.
¿Quién manejó peor la deuda? Si se mide por irresponsabilidad, Zedillo se lleva el trofeo: convirtió los errores de unos cuantos en una deuda para todos. Si se mide por despilfarro, Peña Nieto gana sin despeinarse: gastó más sin crisis y sin resultados. Y si se mide por tragedia económica, Miguel de la Madrid vivió el peor momento posible, aunque fue más cirujano que culpable. En resumen, todos tuvieron su crédito… y su deuda. La deuda mexicana no tiene ideología: es priista, panista, morenista y eterna.
El problema no es endeudarse, sino no aprender nunca a invertir bien lo prestado.
Porque en México, los gobiernos cambian, los discursos también… pero la deuda, esa, sigue fiel como perro de rancho: esperando al siguiente amo para volver a salir a pasear.
































