EL REY DE LOS DEPORTES 

*Hay tres cosas que puedes hacer en un juego de béisbol: puedes ganar, puedes perder o puedes ver llover”. Casey Stengel. Camelot.  

 

EL REY DE LOS DEPORTES

 

Tengo un amigo que vive en Puebla, El Güero Laffite, de aquellos comunicadores que inauguraron la antigua Telever en Veracruz, junto a Joe de Lara y mi hermano Enrique y muchos recordados amigos. Me escribe seguido en Whats y me envía cosas del béisbol, y me dice: aunque sé que no te gusta el béisbol, ahí te va algo, y manda algo. Pero si me gusta, no soy fanático de ver los juegos mexicanos, pero cuando empieza el llamado Clásico de Otoño, veo la Serie Mundial. Tengo dos cosas de las que me arrepiento en la vida, una de no haber visto jugar en el Real Madrid al gran Hugo Sánchez, porque me daba miedo volar esas 12 horas, me pasaba lo que a Picasso, que solía decir: “No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al avión”. Aerofobia, le llaman. La otra fue no haber visto nunca en vivo al gran Fernando Valenzuela. Ese se me escapó por poquito, pues un día estando en San Francisco fuimos al antiguo parque del Candlestick Park, ubicado frente a la bahía, donde en las tardes hace un frio del carajo. Tenía un día que había pichado el Toro Valenzuela y me fui sin el gusto de verlo. Solía seguir la carrera de una gente orizabeña, un triunfador, Jaime Pérez Avellá, empresario del transporte y de las agencias de autos y del equipo Puebla, que tuvo la fortuna de vender a Valenzuela, cuando este llegó a los Dodgers y nació la Fernandomanía, Tom Lasorda dijo que jugadores como el Toro nacen cada 50 años. Jaime, junto a sus hijos, Rene (QEPD) y Vicente, orizabeños todos, fueron y son amantes del béisbol, dos de ellos, padre e hijo desde el cielo seguro ven los juegos de pelota.

 

LOS CRONISTAS

 

Y me han gustado los cronistas, desde aquel Buck Canel y Ángel Fernández, que dictaban cátedra en la narrativa, hasta los de ahora, Pepe Segarra y el gran Ernesto Jerez, que grita: “No, no, no, no, no, dígale que no a esa pelota, y esa pelota iba al otro lado de la barda. Y quizá el más grande de todos, el queretano Pedro ‘Mago’ Septién. Tuve la suerte de ver unas tres veces a Los Yankees, en el viejo y nuevo estadio, el que hizo Babe Ruth y el nuevo, que desciende uno del Metro y llegas a ver esa maravilla de la ingeniería. Vi jugar a Derek Jetter, el shorstop que decía: “La gente me pregunta porque juego tan fuerte todas las noches. Y yo les recuerdo que Lou Gehrig decía: ‘En el día de hoy, estoy seguro que en las graderías hay un niño que me está viendo jugar por primera vez y él merece mi mejor esfuerzo”. Y eso hacia Derek. También me han gustado las películas del juego, al que llaman El Rey de los Deportes, vi la de Babe Ruth, del gordis John Goodman, y muchas legendarias, como aquella 61, del duelo de los jomrones de Mickey Mantle y Roger Maris; la del primer negro, Jackie Robinson y El juego de la fortuna, de Brad Pitt, donde junto a un gordis empleaban las matemáticas para los contratos, o esa otra de Kevin Costner, Field Dreames, Campo de sueños, que hace poco en las Ligas Mayores revivieron aquel sueño de ese campo. El béisbol lo es todo. Como le dijera un legislador priísta a AMLO, que le sacó ir al Senado por Lily Téllez: “Venga, presidente, a un buen pitcher nadie le roba el home”. Y comento ahora de béisbol, porque anoche me quedé pegado a la tele en el primer y único juego de wild card entre Cardenales y los legendarios Dodgers de Los Ángeles. El juego comenzó como todos, duro y difícil, se anotaron una carrera por equipo. Así llegaban al final después de 4 horas y muchas emociones. No se podía uno parar del asiento, apoltronado en el reposet, llegaba el bateador Taylor de Dodgers y lo tenía el pitcher rival tras las cuerdas, faltando una pichada para irse a tiempo extra, en la novena estaba a punto de caer el out 27. Había un hombre en base, con un hit todo se arreglaba, pero para hacer el final como película de Steven Spielberg en Hollywood, a este bateador se le ocurrió pegar un jomrón y aquello se convirtió en un manicomio. Un delirio, espectacular y dramático, para corroborar aquello que dijo Yogi Berra: “Esto no se acaba hasta que se acaba”. Y se acabó.

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