DOMINGO DE TELE 

*De Vince Lombardi: “No se trata de si te derriban; se trata de si te levantas”. Camelot.  

DOMINGO DE TELE

No era un domingo cualquiera. Había de todo y sin medida, los deportes del futbol con el vodevil de Brasil-Argentina, prohibido por la Covid; la pésima selección mexicana que, Televisa defiende siempre, por sus intereses, y los cronistas de la noche decían que no importaba cómo jugaran, siempre y cuando se gane. Ajá. O sea, juega feo y sigue manteniendo en la delantera a ese tongo paisano tuyo, Funes Mori, con tal de que los argentinos vengan de nuevo a otra invasión tipo Conquista. Ahí tiene al Henry Martin, mexicano del América, ah, pero como no habla de sonsonetito de pibe, pues está en la banca, pobre federación de futbol y pobres intereses, como les dijo Faitelson, que algo sabe de futbol, si así van a seguir jugando a qué demonios van a Catar. En el Premio de Holanda, Checo Pérez salió de atrás en 16 lugar y llegó al 8, calificándolo como el Piloto del Día, que de algo sirve. En Béisbol los Dodgers y los Yankees ahí van paso a pasito llegaré, donde vive tu corazón, cantaría Angélica María. Entre deportes, películas y Netflix se va una tarde lluviosa, de esas tardes que, decía el poeta, desde mi ventana percibo el olor de tierra mojada. Y el Abierto de tenis Estados Unidos, donde dos jóvenes están cautivando a la Gran Manzana neoyorkina, el español Alcaraz y la canadiense filipina, Leylha Fernández, los dos a sus 18 años están dejando huella y ayer brincaron ese otro muro para avanzar quizá a semifinales. Y entonces me fui al cine.

LOS PUENTES AEREOS

Vi dos filmes, uno de los puentes aéreos, y me acordé de la veintiúnica vez que visité Berlín y me hospedé en el majestuoso hotel Adlon, frente a la Puerta de Brandemburgo, el hotel que utilizaba el Führer Hitler y su séquito de Gabinete de Guerra, el mismo que fue reconstruido en su totalidad cuando Berlín fue devastado por las bombas en la Segunda Guerra Mundial, y cerca de ahí hay un avión de los DC viejos, que está puesto sobre una rampa. La historia es muy conocida, en plena Guerra Fría los rusos cerraron los accesos por tierra a los aliados, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, querían apretar y sojuzgar al pueblo alemán, para convertirlos en comunistas (los que odia Julen Rementería), pero no contaron con el poderío americano, que avión tras avión les surtieron de alimentos y acabaron con ese bloqueo despiadado. Los rusos siempre han sido malos, hasta en las películas. Los pilotos americanos hicieron 900 aterrizajes diarios durante más de un año en el aeropuerto berlinés de Tempelhof, para llevar comida, medicinas y combustible al desabastecido Berlín occidental. Por muy largo tiempo, a los niños les tiraban desde el aire chocolates Herseys, y eso jamás los iban a poder llevar a ser rusos. Nones. 2 millones de personas vivían allí y fueron salvadas. Luego, al paso de los muchos años, todos los alemanes pasaron a vivir en la democracia, tiraron ese Muro entre el Papa polaco y el presidente americano, Ronald Reagan, y les llegó la prosperidad. Pero ese avión viejo que allí vi con mis ojos cuenqueños, simboliza ese Puente Aéreo que está en los libros y las películas de las historias como una de las grandes hazañas de la aviación y de los Aliados. La otra película que vi fue la de Paul Gauguin, el pintor y su viaje a Tahití, donde se enamora de una tahitiana y allí se queda a vivir entre la pobreza lacerante, que sus cuadros, al igual que los de Vicent Van Gogh (léase el libro Anhelo de vivir) en aquel tiempo no los podían vender, ni siquiera para intercambiarlos por una comida. Gauguin vivió y murió pobre, la cinta se llama Gauguin viaje a Tahití y uno admira ahora que sus cuadros, que valen millones de dólares y euros, engalanan las grandes galerías de museos como el MOMA de Nueva York y el Museo Louvre de París. Ah, como es cruel la incertidumbre.

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