La visión de los pueblos conquistados

Desde 1959, cuando apareció por primera vez el libro “Visión de los vencidos” de Miguel León-Portilla, ha sido un testimonio varias veces reeditado, porque habla de la otra parte, de los vencidos y sometidos por la fuerza, y no de la Conquista como la vieron y escribieron los soldados victoriosos y los cronistas españoles de aquella época.

De la cual nos dejaron muchos testimonios llevando a Dios como estandarte y la imaginación de las novelas de caballería imperante todavía en algunas mentes que se negaban a abandonar los modos de la Edad Media.

Miguel León-Portilla (1926-2019), filósofo e historiador mexicano, tuvo el excelente acierto de organizar textos traducidos del náhuatl por Ángel María Garibay, en la búsqueda del pensamiento y la filosofía de los pueblos prehispánicos mesoamericanos. Esta búsqueda originó una obra con otra visión de la conquista, la que rescata la “imagen que los indios de Tenochtitlan, Tlatelolco, Texcoco, Chalco y Tlaxcala se formaron acerca de la lucha contra los conquistadores” y la destrucción final del Imperio azteca.

José Emilio Pacheco, al referirse a la obra de León Portilla, dice que los relatos de los presagios que anunciaron el desastre, la descripción del avance de Cortés, las crónicas de las batallas heroicas de los antiguos mexicas en defensa de su cultura y de la vida misma, es la elegía de una civilización que se perdió para siempre, un gran poema épico de los orígenes de nuestra nacionalidad.

Sin embargo, no debe imperar en éstas y las otras lecturas, el blanco y negro, el ideal de un pueblo bueno y otro malo. El criterio contemporáneo debe comprender los orígenes diversos de una cultura, antes por las armas, hoy por los medios y la globalidad, pues nunca hemos estado exentos de la interculturalidad, del intercambio permanente de ideas y formas de ser y hacer.

Conocer las formas en que los pueblos mesoamericanos veían el mundo y se veían a sí mismos, es una magnífica oportunidad de comprender los orígenes de nuestra cultura. Aceptar que tuvieron su propia filosofía, una educación formal, religión y una serie de conocimientos, costumbres y tradiciones, delinea un pueblo que se pierde en los relatos españoles que insisten en encuadrarlos en los patrones de su propia cultura occidental.

Maurice Halbwachs comenta en “La memoria colectiva”, que los grupos, las colectividades, las sociedades, después de surgir, se ven en la necesidad de sobrevivir, enfrentando cantidad de acontecimientos adversos. La relación entre los recuerdos propios y los de otros representa una forma de la memoria colectiva que necesita continuidad, de modo que las experiencias que se van sucediendo una tras otra, se vayan enlazando entre sí. Permiten a la gente sentirse parte de una entidad, grupo, colectividad o nación, reconociendo y compartiendo un sentido común del pasado.

Samuel Ramos dice que, si concebimos la historia, “no se nos aparecerá como la conservación de un pasado muerto, sino como un proceso viviente en que el pasado se transforma en un presente siempre nuevo”. Somos hoy una cultura que ha recogido a lo largo de los últimos cinco siglos un bagaje enorme de particularidades que la definen.

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