LOS GRANDES HOTELES 

*Mi ideal de vida sería vivir en un hotel donde no me faltaran los libros y donde no dieran mal de comer. Camelot.

 

LOS GRANDES HOTELES

 

Este escribiente podía presumir que, algunas veces, en un solo año viajaba cuatro ocasiones a Europa y daba el brinco al charco, diría un paisano, ahora, en tiempo de pandemia no puede uno ir ni a Chacaltianguis, vamos, tampoco a la comida con los amigos jalapeños del grupo ‘Cada quien paga lo suyo’, ni tampoco a ver al dentista de Hollywood, Javier Francisco Zamudio. El maldito bicho nos tiene reclutados en cuarentena, apanicados, más espantados y girando la cabeza de un lado a otro como Linda Blair en el Exorcista, espiando el panorama desde los balcones de casa, viendo llover un día sí y otro también y viendo el cielo que, de repente está encapotado, y a ratos luce brillante con un sol como cuenqueño, de esos terrablanquenses que queman mucho. Y entre Netflix y los libros y alguna que otra revista, transcurre el tiempo, porque del tiempo, decía el poeta, me hace falta tiempo sin tener tiempo. Entonces encontré una revista de los hoteles renombrados del mundo. Y comenzó mi coco a recordar, porque no hace mucho encontré una foto mía al pie del legendario neoyorkino hotel Roosevelt, el de la 45 Street. Cada hotel tiene su historia, cada cuarto un alma vacía, esas cuatro pequeñas paredes guardan sus historias y muchas de ellas remembranzas históricas. Este hotel tiene en su bellísimo lobby, fotografías de los presidentes americanos y del mundo que los han visitado, es conocida aquella foto del presidente JFK, que allí exhiben, cuando afuera de ese hotel se toma una foto en campaña a la presidencia, arriba del cofre de un automóvil. Otra vez entré al Waldorf Astoria, para preguntar si tenían disponible la habitación donde Mark Chapman se hospedó antes de ir a matar a John Lennon, todo porque allí se hospedó el protagonista de la novela El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger. El bellboy me tiró a loco. Esa ciudad donde John Lennon algún día dijo en una entrevista a la BBC de Londres: “Yo no tengo miedo de vivir en Nueva York. A mí nunca me han atacado, nunca me han molestado. Lo único que me pasa es que, de vez en cuando, alguien me detiene en la calle para pedirme un autógrafo. Y eso para mí no es molestia. Al contrario, me hace sentir bien…”

 

LOS OTROS BELLOS HOTELES

 

Recuerdo un hotel pinchísimo, el Giglio de la Opera en Roma, viejo, feo y apestoso, cuyo elevador de tres pisos demoraba en llegar más tiempo que el Apolo lo hizo cuando alcanzó a la luna. En París vi el Ritz, de Plaza Vendome, entré al bar que se llama Hemingway en memoria del escritor que allí agarraba unas pedas de órdago, cuando en la Segunda Guerra Mundial iba a convertirse en el mejor escritor del mundo de su tiempo y contó, aunque algunos dicen que era más leyenda que realidad, que él mismo ayudó a liberar el bar del hotel Ritz, cuando sacaron a patadas a los nazis. Del hotel Ritz, Hemingway llegó a decir: “Cuando sueño con la vida después de la muerte, la acción siempre transcurre en el Ritz”. Esa misma ocasión, con mi amigo José Luis Rico, el amigo que no es rico, fuimos a visitar y conocer el hotel Crillón, hotel antiguo de 1758, mandado a construir por Luis XVI, un palacete en la rotonda de la Plaza de la Concordia, donde año con año se celebran los famosos 15 años de las chicas más cosmopolitas y herederas del mundo de la nobleza y la riqueza, desde las hijas de los jeques árabes hasta la dinastía de las Kennedy o Vanderbilt. Otra vez, y solo de casualidad, caminando con mi hermano Enrique por esas calles parisinas, ciudad muy peatonal, al dar la vuelta en una esquina descubrimos el hermoso y viejo hotel Regina, pegado a la estatua de Juana de Arco, este hotel no es tan viejo, data del año 1900 en la Rue de la Rivoli, pero allí lo tomaron los nazis en aquel París ocupado y lo retuvieron como cuartel general de guerra. Toda una historia cuando Hitler llegó a conocer París y estuvo solo un día, en unas tres o cuatro horas cuando se tomó la foto señera con su staff, entre ellos Goering y Rudolf Hess y el gran arquitecto Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich, que posaron en esa fotografía frente a la Torre Eiffel de Paris, que se ve extraordinaria desde El Trocadero, visitó y se cuadró ante la Tumba de Napoleón, a quien admiraba, allí se quitó la gorra, la puso al pecho y luego inclinó la cabeza en respeto ante quien consideraba un par como él, y fue a la Ópera, porque era hombre sanguinario, pero era hombre culto, visitaron la iglesia de la Madeleine y La Concordia y el Arco del Triunfo y los Campos Elíseos, Los Inválidos y Montparnasse, y en la Ópera quiso darle una propina al vigilante y este lo mando por un caño, eso es al carajo. Era el París ocupado, el horno no estaba para bollos.

www.gilbertohaazdiez.com