Poder Ejecutivo Vs Poder Judicial

En México estamos acostumbrados a imaginar un presidente de la república como un semidiós, la virtual reminiscencia del Gran Tlatoani reverenciado en la cultura precolombina de los aztecas. Tal fue la narrativa que por muchos años nos inculcaron para explicarnos del por qué aceptamos la preeminencia de la figura presidencial en nuestra cosmogonía de país, como el ser todopoderoso, cuya palabra es trueno y está a salvo de todo cuestionamiento. Sin embargo, son tiempos de un México inmerso en una transición cultural y política originada en la década de los años noventa del siglo XX que incluye la desaparición de esas ataduras atávicas. Con la reciente alternancia se ha acelerado la transición política, en este siglo han gobernado el PAN, el PRI y ahora MORENA, cuya urgencia por establecer una dinastía hegemónica que le permita trascender el límite sexenal obliga a romper moldes preestablecidos. Esa condición incluye la actitud de un presidente que agrede sin miramiento a la división de poderes, sus pares del Legislativo y del Judicial. Sobre estos últimos la metralla retórica es enjundiosa y hasta ofensiva, de “corruptos” los ha calificado. El Poder Judicial “está podrido”, señala al presidente, sin que obtenga respuesta, lo cual intriga y despierta la interrogante: ¿por qué no responden a tan ofensiva consideración? ¿Por prudencia? o ¿por temor? ¿Pero, si ya son inamovibles, cuál es la limitante? La incógnita solo permite conjeturas.