LAS COSAS MUNDANAS 

*“Ser presidente se parece mucho a administrar un cementerio: hay mucha gente debajo de nosotros y nadie nos hace ningún caso”. (Bill Clinton). Camelot. 

 

LAS COSAS MUNDANAS

 

Dejemos las riñas presidenciales, el que el Preciso un día, como buen boxeador, busca un rival en sus mañaneras, dejemos un poco la tragedia del Metro, aunque no la debemos olvidar por aquellas y aquellos que allí sucumbieron y ahora este gobierno se hace de la vista gorda para indemnizar a los familiares, como debe ser, no con pichicaterías. Mejor hablemos de Museos, más ahora que el 18 de mayo es el Día Mundial de los Museos, en un sábado ensangrentado por la muerte del candidato de Dante, Abel Murrieta, cruelmente baleado por la delincuencia organizada, que controla medio país con impunidad. No funcionó aquello de abrazos, no balazos.

 

EL LOUVRE

 

Suelo ir un poco a los museos del mundo. Conozco los más afamados.

El del Prado de Madrid. El Smithsoniano de Washington. El Di Roma en el Trastevere. Cuando ando de jiribilla me meto a alguno de ellos. Pero sólo voy una vez. O sea que aprovecho el viaje para asimilar en mi coco la cultura del mundo y sus obras.  La primera vez que fui al afamado Museo del Louvre, el de París, pagué mi novatada. Quería comerme a puños todas las salas y, a la entrada, está una donde Napoleón se hizo y se agandalló, como trofeos de guerra obras de los egipcios. Le dieron vuelo a la hilacha, como años después, en tiempo del vaquero Bush, los yankees saquearon las joyas ancestrales del museo de Bagdad, en Irak, el día que fueron por el tal Hussein. La Haya, en una convención mundial de 1954, signó a todos los países que, cuando estuvieran en guerra, cuidaran sus patrimonios históricos. A estos les valió.

Las bombas llegaban adónde pudieran y los daños fueron cuantiosos.

 

PARA NUNCA MAS VOLVER

 

Pero estaba en el Louvre. Cuando quise ver La Gioconda, esa obra maestra de Leonardo Da Vinci, pintada entre 1503 y 1506, mi cuerpecito llegaba cansado.

Fui, la vi y me salí, como aquel ‘comes y te vas’ foxista.

Salí para nunca más volver. He regresado otras veces a Paris.

Cuando se llega a ella, a La Gioconda, el poli de seguridad te pide la veas rápido.

¿Cómo?, exclamas, si tengo una hora viendo otras rarezas.

El amontonamiento es interminable. Ocurre algo similar como cuando llegas a la tumba de Juan Pablo Segundo en El Vaticano. Los guardias papales apenas te dan tiempo de santiguarte y persignarte, porque la fila es perrona y no se deben detener, so pena de parar el tráfico peatonal.

En el Louvre se apilan japoneses como racimos de coyol. Ya ven ustedes que los japoneses nunca andan solos. Van de la manita juntos.

“No pictures”, reza un letrero sangrón.

Y uno piensa, entonces cómo presumiré ante mis paisanos que aquí estuve.

Tiene un cristal antibalas que no permite ni el paso de una mosca.

La cuidan como a la niña de sus ojos, porque una gorda lonjuda rusa, en 2009, le arrojó una taza de café. Gacha. Es el Museo con mayor seguridad, ahora.

Una fortaleza blindada.

Otra vez, en el Palacio del Rey de Madrid tirábamos y posábamos para fotos como cuenqueños despistados. Llegó un poli medio enojao y dijo, con su acento singular: ‘Joder, que eso no se puede hacer. El flash maltrata las pinturas y a las estatuas’, creo que dijo ‘estuatas’ (sic), pero no recuerdo bien. Ni hablar, manito, pero las que ya tomé me las llevo. Pensé a mis adentros.

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