¡LOS NIÑOS!

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

Era un cartel Ruso un manifiesto con bien trazado dibujo, vivo, con encendidos colores. Representaba una manifestación de niños, no mayores de seis años, con sus sonrosadas carnes desnudas y el gesto de su rostro movido hacia una ingenua protesta.

Era algo así como si los niños del mundo, de pronto, se reunieran en una ronda gloriosa y sus vocecitas, dentro de la armonía de un coro nos dijeran: padres, madres, hermanos, gobernantes, maestros, nosotros los niños, pedimos el derecho a la vida, a la bondad, a la verdad, a la belleza.

Era como si de pronto los niños, en cada hogar, con sus cinco, siete, ocho años, se pusieran de pie frente a los padres, para pedirles algo elemental, que se comporten como seres humanos razonables, porque ustedes son el espejo de nuestra vida y nosotros estamos mirándonos en él y ya sabremos como seremos el día de mañana, cuando seguimos el ejemplo de la conducta que ustedes practican hoy frente a nosotros. Alguno de esos niños nos podría decir: ¿No veis que como ustedes son hoy, podríamos ser nosotros mañana?

Los niños, uno tras otro, transfigurados, serian como el agua fluida y cantarina que sin pausas transcurre.

Todos los niños – de cualquier raza- cantan al hablar, hablan cantando. Si todos lo hicieran a la vez, sería un desfile de salmos tan sencillos como la hierba, como el viento que principia a caminar despacio, como las primeras gotas de la lluvia, todavía indecisas de la puntería de sus flechas…

Pero, que duro podría ser el reproche de los infantes, ¡que duro y que verdadero!

El niño al nacer, santifica los hogares; al crecer, devuelve con sonrisas los desvelos de los padres; ya joven, es un retoño  que le crece a las ramas, ya gastadas de los adultos; es la dignificación y el respeto a la sabiduría cuando el niño asciende a las rodillas del abuelo.

¿Por qué hacemos responsables a los niños de lo que los adultos les hemos enseñado? La repetición de un acto forma una costumbre, recalca el ritmo de la conducta -suma del temperamento, la voluntad y el carácter- y la conducta proporciona la armonía de la vida.

Dijo Dorothy Low Nolte: “Los niños aprenden lo que viven. Si un niño vive con tolerancia, aprenderá a ser paciente. Si un niño vive con valor, aprenderá a tener confianza. Si un niño vive con elogios, aprenderá a apreciar. Si un niño vive con seguridad, aprenderá a tener fe. Si un niño vive con aprobación, aprenderá a gustarse a sí mismo. Si un niño vive con aceptación y amistad, aprenderá a encontrar el amor en el mundo”.

Nadie puede pedir al hombre lo que no se le dio al niño. Dijo Burke “el ejemplo es la escuela de la humanidad”

Por eso Tolstoi, Tagore, Jesualdo, cuando hablan a los profesores les recomiendan: hay que olvidar que se es adulto, y además, sabio; hay que volver a ser como los niños: simples y maravillosos.

Los niños nos han enseñado la lección de oro: seguir viendo la estrella con los ojos cerrados… más aún: ver la estrella en donde no hay estrella.

Educar no es obra de la ciencia y menos aún de la técnica; educar es ejercicio del amor. El niño capta las vibraciones del corazón que la razón no percibe; el niño intuye la bondad, ahí donde el adulto solo ve sumas, multiplicaciones y división de ganancias.

La imaginación es el más valioso tesoro que el mundo ha recibido. Por eso – como dice la canción de un niño de kínder- “los niños saben más que los mayores”.

La imaginación infantil no tiene orillas. El palo de una escoba es un caballo veloz; conocen la química del lodo; fabrican con palillos una escalera para subir al cielo.

Pero nosotros los adultos nos empeñamos en juzgarlos como si fueran adultos pequeños, pretendiendo aplicarles las leyes de nuestros códigos, pensando en la máxima de ojo por ojo y diente por diente.

Los niños del mundo, tomados de la mano, en ronda cantarina, como lo pidió Gabriela Mistral, están proclamando la profunda verdad del maestro de Galilea: “Aquel que no sea como niño, no entrara al reino de los cielos” y también: “dejad a los niños que vengan a mí y no se los impidáis, porque de ellos es el reino de los cielos”.