Las candidatas

Sin tacto

Las candidatas

Por Sergio González Levet

 

Son buscadas, cortejadas, asediadas con suspiros en los vidrios de sus balcones…

Las buscan hombres de bien, los que están convencidos de que tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando. Pero igualmente van por ellas con mimos artificiales los misóginos. Los machos a rajatabla…

Y es porque para las elecciones de junio se necesita que la mitad de todos los aspirantes pertenezcan al sexo femenino.

Échele usted cuentas: son 50 las curules locales que se ponen a elección, y 20 las federales, así que son por ahí 35 féminas las que requiere cada partido, y son 14 los que participan en la contienda. Y calcule además que hay 212 alcaldes en todo el estado, así que tiene que haber 106 mujeres candidatas por cada partido o coalición. Pero sume también que cada fórmula debe llevar un suplente, y en el caso de los ayuntamientos, tienen que ir los candidatos para síndicos y regidores, mita y mita.

Cientos y cientos y cientos de mujeres que deben dar su consentimiento y su voluntad de apoyo para abanderar a partidos de centro, de izquierda de derecha; a alianzas entreveradas e su ideología; a intereses de todos los tipos, niveles y modalidades.

Hoy los políticos antañones y los jefes de los partidos miran a las mujeres con otros ojos, no como antes que solamente les veían las partes más nobles con el propósito de aquilatar carnes y curvas.

Por arte, ciencia y magia de la ley electoral, las mujeres han conquistado un lugar diferente, que también han ganado -cierto, amigas feministas- con su enorme lucha por el respeto a sus derechos, por la paridad de género, por la redención de su lugar en la sociedad.

No faltan los prietitos en el arroz: los maridos controladores que ponen a su mujer (a “su” mujer) como candidata, pero con la premisa de que hará todo lo que ellos le ordenen en caso de que gane la elección, y con la seguridad además que donará su sueldo para el mantenimiento de la casa y del inútil que en ella vive (saludos, candidata paisana Paquita).

Pero no es lo mismo mandar a la pobre esposa a que haga la comida y trapee la casa, que pedirle que se convierta en autoridad o en representante popular. Mire usted, ésa que era tan sumisa y dócil puede cambiar con el puesto, convertirse en una fiera por obra y gracia del poder. Porque no es lo mismo golpear a una mujer sola y desampara que levantarle la mano a la señora presidenta. ¡Capaz que nos manda a sus policías, y hasta al bote vamos a dar, con una bonita madrina de por medio!

Falta todavía mucho para que la mujer encuentre que alcanzó la emancipación, pero, caray, con estas candidaturas necesarias cómo están cambiando las cosas.

Disculpe, señito, ¿no le gustaría a usted ser candidata…?

 

sglevet@gmail.com