¿EL HOMBRE LOBO DEL HOMBRE?

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

Ciertamente que resulta una filosofía cómoda -para dormir tranquilo- la que exalta la violencia y la supervivencia de los más fuertes.

Con el culto a la fuerza -con todas sus variantes- adviene la victoria de quienes se echaron los escrúpulos a la espalda, como cuenta que hizo el singular Pito Pérez, para existir imperturbable, del brazo y por la calle, con su impudor y su cabal desvergüenza.

¿Habrán perdido los varones fuertes el poder de su imaginación? Ayer proclamaron la guerra sin cuartel a la sombra de las banderas en flor. Desgranaron sus melodías nacionalistas, pero para ello se opuso, en vuelo ditirámbico, la cultura contra la barbarie. Fue la Kultura con K. A la postre, como era de esperarse, todas las balas disparadas se escriben con B de barbarie, de uno y de otro lado. ¡Cómo se ruborizaron las consignas consabidas de libertad y democracia, hasta se les cayó la cara de arrepentimiento!

Con ese necio afán de uniformar las cosas, las palabras y a los hombres, cuando es evidente  -¿quién lo descubrió?- que los hombres desnudos de uniforme son simplemente hombres, más parecidos entre si -a pesar de las diferencias- de lo que los líderes de los partidos quieren aceptar.

Las palabras -decía mi amigo el poeta- están en los diccionarios, todos pueden usarlas, pero no todos les dan el mismo uso.

La libertad pudo servir como anzuelo para arrojar fusiles contra fusiles, que no conciencias; pero sólo los hombres limpios, los buenos, los libres, saben para qué sirve la libertad que es, a la postre, un bien común, un quehacer colectivo

No es posible que todo me lo tenga que dictar, para que yo obedezca, el dogma de un partido.

No me agrada que se me considere hijo de la disciplina, sino hijo de mis buenas obras, sombra de la estimación que me tengo -como exigía el clásico español- y creador, siempre creador, de la convivencia a base del respeto mutuo. ¿Cómo puedo respetar a los demás si no principio respetándome a mí mismo? Y, ¿cómo ser libre si no coopero a la libertad de los otros?

Me duele la esclavitud ajena en carne propia, en la sangre, en el pensamiento. No es posible que cierre los ojos; cerrándolos, veo, por dentro, el dolor de los oprimidos y su dolor se me convierte en corona de espinas para mis sueños.

Está mi libertad condicionada, en cierto modo condicionada, por la libertad de los demás.

Me sería más fácil entrar por el ojo de una aguja que ser libre si hay un solo esclavo en alguna parte del orbe

Sufro una especial claustrofobia, una especie de dogmafobia. Quiero estar ajeno en mi casa, en el mundo, que es verdad que resulta ancho, pero que es mío y no ajeno.