AQUELLAS TUMBAS / Gilberto Haaz

 *Las tumbas hablan por sí mismas. Camelot.  

 

AQUELLAS TUMBAS.

A este escribiente, creo que le entró el síndrome de visitar tumbas por el mundo, cuando mi padre me llevó de chico, no a conocer el hielo, como a Aureliano Buendía, sino al panteón de San Fernando, en Ciudad de México, a ver la vieja tumba de Benito Juárez. Un bello monumento que, según Wikipedia: “Es uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura y arte funerarios del siglo XIX en México”. He narrado que vi la tumba de Kennedy en Arlington.  Por otros lados, cuando he andado del tingo al tango, he visitado además de tumbas, sitios históricos. Cuando no estuve en panteones he estado en los grandes monumentos-estatuas, como el de Churchill frente al Parlamento en Londres, o la del gran general Charles de Gaulle, en París. Estuve en Lomas Taurinas, una vez que el vuelo de Tijuana-México se retrasó tres horas y aproveché para ir con un amigo, Walid Zairick, pues veníamos de San Diego, California, y nos aconchabamos un taxi que nos llevara y trajera y me tomé la foto en la estatua a Luis Donaldo Colosio, sacrificado allí mismo. Ya no olía a sangre ni a complot, habían lavado y pavimentado aquel sitio que parecía una hondonada siniestra para una emboscada. En Buenos Aires, Argentina, fui a la tumba de Eva Perón, la madre de los descamisados, una tumba donde siempre tiene flores, en el cementerio de la Recoleta, cerca, allí mismo, la del padre del canto del tango, Carlos Gardel, a esa le ponen y le dejan cigarros, además de flores, pues era fumador empedernido y está con un pitillo.

LAS OTRAS TUMBAS

En Chile no conocí la tumba del gran Salvador Allende, aquel que un día dijo que se abrirían las grandes alamedas, en aquel discurso señero, pero estuve en su estatua frente al Palacio de la Moneda, donde lo abatió el chacal Pinochet, con un poco de ayuda de Henry Kissinger y los halcones americanos, se incluye a Nixon. En París no fui a ver la de Porfirio Díaz en Montparnasse. Me quedaba lejos y era mejor admirar la ciudad luz. He estado también en la Abadía de Windsor o Westminster, donde están sepultados los reyes y todos aquellos que hicieron historia en Inglaterra y el mundo. Vi también, en La Torre de Londres, el sitio donde el calenturiento Enrique VIII mandó decapitar a Ana Bolena y a quienes se le atravesaran, pues se quería divorciar (7 esposas) y el Papa no le daba permiso, entonces creó la escisión y dejó la religión católica para irse de anglicano. Y en España fui a conocer la Tumba de Franco, en El Valle de los Caídos, donde le acaban de ahuecar el ala para enviarlo a otro sitio, el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, junto a la de su esposa, Carmen Polo. Conocí donde están sepultados los reyes de España, en el Monasterio de El Escorial, en ese sitio llamado pudridero, donde esperan años a que se pudra el cuerpo y lo pasen a la sala real, con bellos sarcófagos, junto a Carlos V y Alfonso XIII y amigos que reinaron España. En Roma, en el Vaticano, la de los Papas, desde aquel Juan Pablo I, al que le dieron su té y lo mandaron a dormir a los 33 días de reinar, hasta la del gran Juan Pablo II, te quiere todo el mundo, allí tienen también, aseguran, la de Pedro I, a quien Jesús le encomendó poner la iglesia católica. Espié también el Puente del Alma, en París, donde murieron en accidente Diana de Gales, la princesa del pueblo, según la llamó Tony Blair, junto a Doddy Alfayed, después en Londres visité un ceremonial que le hizo su padre, Mohamed, que era dueño de la afamada tienda Harrods, y les fijó una estatua de ellos soltando una paloma. Alguna vez en La Habana, único viaje de mi vida a ese país de socialismo, fui a su panteón, llamado Cristóbal Colón, hoy quien sabe porque no borran el nombre, en estos días que todo lo de los Conquistadores, apesta. No busqué la de José Martí ni al Che ni a Camilo Cienfuegos, que ignoro dónde están sepultados, pero el guía nos llevó a la más visitada de esas tumbas, la de Amelia Goyri, la milagrosa de Cuba. Cuenta la leyenda que esa mujer fue sepultada con su niña recién nacida y, años después, cuando le hicieron la estatua, reencarnó en ella, una estatua con una Cruz y una niña en brazos. A ella le piden milagros en La Habana.

De esas me acuerdo, ahora.

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