ES EL ÚLTIMO TRANVIA

Por: José Muñoz Cota

(In Memoriam)

 

Ansia de llegar a tiempo. Llegar, ¿a dónde? ¿Al encuentro de quién? No se sabe; pero existe la impaciencia por adelantar los relojes y apresurar el paso para no llegar tarde.

No es que falte tiempo; el tiempo sobra y no hay requerimiento alguno para asistir puntualmente a ninguna cita; solo a la mente, porque entonces no caben los retrasos; no hay posibilidad de detenerla para concluir la página que intentamos redactar con nuestra mejor prosa. Una prosa cristalina, sin la basura de los adjetivos.

Pero toda la existencia -desde niño, cuando joven, cuando varón adulto- pasamos corriendo detrás de la liebre cuando, en realidad, hemos perseguido al fantasma de la liebre.

Con eso de que la vida puede ser sueño, ya no se es responsable de ninguna conducta, porque a lo mejor no es real lo que hicimos sino que soñamos que lo habíamos hecho.

Pensándolo detenidamente: hemos vivido, positivamente hemos vivido o creemos, por fuerza de repetirlo, que somos dueños de una historia singular. Por mí, sé decir, que sería un terrible testigo de mis actos. Son escasos los fragmentos que pudiera exponer después de tantos y tantos años transcurridos.

Restan visiones vagas, humosas, volanderas. Que si esto, que si aquello, y sólo se hace referencia a lo que Zweig denominó “los momentos estelares” o los acontecimientos críticos que marcan la huella digital del alma.

Cuando éramos estudiantes, vagabundos del dialogo a media noche, nos angustiaba el temor de perder el último tranvía.

Hubo ocasión en que caminando y caminando llegábamos al encuentro de las primeras luces.