EL CONTINENTE ESCONDIDO / Leonardo Zaleta

En 1453, el sultán Mohamed II, dueño de toda la península, conquistó Constantinopla (hoy Estambul), capital del imperio  romano de Oriente.

En consecuencia, el comercio con Barcelona que era un punto importante con oriente, se vino abajo, se clausuró la ruta del Mediterráneo para los mercaderes cristianos que llegaban de Génova y Venecia a proveerse de mercancía: sedas, drogas, porcelana, terciopelos, tapices, piedras preciosas, mantones, perlas, marfil, perfumes, además de tintes, medicinas, armas, joyas, cristalería, etc.

Pero lo más preciado en la gastronomía eran las especias: pimienta, canela, clavo, sándalo, nardo, acíbar, nuez moscada, jengibre, etc.

La exploración de una ruta que evitara atravesar tierra musulmana para llegar a los sitios de abastecimiento, fue una prioridad para los reyes de España.

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Cristóforo Colombo, uno de los navegantes más preclaros de la historia, se propuso alcanzar las Indias en el Asia Oriental navegando hacia el Oeste, sin haberlo conseguido.

Fue hijo de Doménico Colombo, un modesto tejedor de lana, y su esposa Susana Fontanarrosa,  una mujer de hogar, que recibieron con alegría el nacimiento de su hijo en el puerto de Génova.

A los diez años, fascinado por el mar comenzó a navegar por el Mediterráneo como simple grumete en las naves de distintas compañías genovesas. Escuchaba con avidez la historia de cómo en 1453 los turcos conquistaron Constantinopla.

A partir de 1470, fueron cada vez más frecuentes sus salidas al mar Egeo, Islandia, Irlanda, las islas Azores y la Costa de Oro, en distintas embarcaciones comerciales,

Aunque el padre no estaba muy conforme con la afición de su hijo, éste leía con avidez libros de geografía entre ellos: “Los viajes de Marco Polo” (1254-1324), donde el veneciano describía Catay ciudad gobernada por el Kan Kublai y el gran imperio chino. Otras obras que le llamaron la atención fueron:  “Historia Natural” escrita por Pío II, o  “Imago Mundi”, del cardenal francés Pedro de Aliaco, quien sostenía que la mar que separaba Europa de la India podía atravesarse en pocos días.

Buscando mejores horizontes, y con la experiencia adquirida, a los 25 años llegó a Lisboa, en compañía de su hermano Bartolomé. Las familias genovesas Spínola y Di Negro, lo relacionaron en los círculos mercantiles y en un establecimiento de confección de mapas. Frecuentaba marineros y cartógrafos de Lisboa y Sangres.

El recién llegado se enamoró de la joven Felipa Perestrello Mogñiz, perteneciente a una familia de Plascencia, Italia. Era hija de un capitán de barco genovés que sirvió a las órdenes de Enrique El Navegante, rey de Portugal. Contrajeron matrimonio ese mismo año de 1476. A la muerte del célebre marino, la viuda le regaló a Cristóbal los mapas de navegación de su difunto esposo.

Tal vez influido por las conversaciones con su suegro, y del acceso que tuvo a mapas, bitácoras y otros documentos que le proporcionaba, Colón fue aceptando la idea de que era posible hallar un nuevo camino para las Indias, navegando por el Occidente.

A poco, establecieron su hogar en Porto Santo, donde nació su hijo Diego. Entró a trabajar a la compañía Centurione dedicada al negocio del azúcar. Conoció los planes portugueses de hallar una ruta directa a la India a través de África. Algunos historiadores parecen detectar su presencia entre 1482 y 1483 en La Mina, Guinea, en negocios portugueses.

Abrevó en los escritos y el mapa elaborados por el médico florentino Paolo Toscanelli, partidario de la ruta atlántica. En Portugal radicaba el alemán Martin Behaim, de Nurenberg, que en 1492 cuando regresó a su tierra elaboró  un globo terráqueo en el que las costas orientales de Asia aparecen separadas de las occidentales de Europa por el océano Atlántico.

Colón paulatinamente se fue persuadiendo de la esfericidad de la tierra, por lo que sería posible llegar a la India a través del Atlántico. En tierras lusitanas permaneció hasta 1484. Recorrió el Atlántico por el norte hasta Islandia, y Guinea por el sur, así llegó a las islas Azores.

Una vez madurados, en 1484 Colón  sometió sus planes a Juan II de Portugal, con el fin de que patrocinara una expedición, pero la Junta de Matemáticos rechazó el proyecto aduciendo que era descabellado. Sin amilanarse contagió de entusiasmo a su hermano Bartolomé Colón, que salió en búsqueda de apoyo, siendo rechazado por Enrique VII de Inglaterra. Un intento similar en Francia también se colapsó.

El año de 1485, Colón enviudó quedando su hijo Diego bajo su custodia. Se embarcó a Andalucía y anduvo deambulando por la península ibérica, hasta que en 1486  en busca de asilo llegó al convento de La Rábida; ahí logró convencer de sus planes a Fray Juan Pérez, el cual, por haber sido confesor de la reina Isabel de Castilla, logró que esta le  concediera una audiencia en Alcalá de Henares el 20 de enero de 1485. Fueron de gran utilidad, la intervención de los duques de Medina Celli  y de Medina Sidonia.

En 1487, la Junta de Salamanca escuchó su plan para llegar por una nueva ruta a la isla de las especias. Los sabios resolvieron que el plan era inaceptable.

Ante nuevas insistencias de algunos protectores de Colón la reina organizó otra junta, pero esta vez fueron las exigencias de Colón las que dieron al traste con su proyecto. Ahondó las diferencias el hecho que las luchas por la expulsión de los musulmanes de la península ibérica, había consumido gran parte del tesoro real.  El 1 de enero de 1492 los reyes católicos recuperaron Granda, pero con el tesoro exhausto mandaron decir a Colón que “se fuese enhorabuena”.

Oportunamente, se dio la intervención de un personaje clave que enmendó los acontecimientos: el judío Luis de Santangel, escribano mayor del reino y personaje rico e influyente, que propuso a la reina el contrato pignoraticio por sus joyas (documentos) a cambio de 1,140,000  maravedíes. Adelantó una fuerte cantidad para equipar los navíos.

De inmediato unos enviados alcanzaron a Colón que ya iba de retirada, lo hicieron volver a la Corte, donde accedieron a todas sus pretensiones.

El 17 de abril de 1492 los monarcas y el navegante firmaron la Capitulación de Santa Fe, en la que se estableció lo siguiente: Colón recibía el título vitalicio y hereditario de Almirante de la Mar Oceánica, el título de Virrey y Gobernador de las tierras que descubriese, y trato de Don (de origen noble). Además, el derecho a recibir el diezmo (10%) del beneficio comercial que efectuase.

Colón se comprometía a: llegar a las Indias y buscar una isla o tierra que sirviese de escala en la navegación. Las riquezas que se obtuvieran se aplicarían a organizar un ejército para reconquistar el Santo Sepulcro. Colón recibió tres pasaportes que lo acreditaban como enviado especial de los monarcas españoles ante los príncipes de oriente, particularmente a los de Cipango (Japón) y Catay (China).

Se escogió el puerto de Palos donde residía la familia Pinzón, compuesta de navegantes con buena reputación, que resolvieron algunos problemas hasta lograr las tres embarcaciones y los 190 hombres requeridos.

El 3 de agosto de 1492 zarpó la expedición del puerto de Palos de Moguer, en Huelva, España, a bordo de la nao “Santa María” (la más grande, de 250 toneladas) gobernada por Colón. Esta nave había sido construida muchos años antes en el puerto gallego de Pontevedra, por lo que fue conocida como La Gallega, después cambió nombre a La Marigalante, hasta que Colón le acomodó un nombre más decoroso. Fue la única que no regresó del histórico viaje. .

Las dos carabelas fueron: “La Niña” de 40 toneladas guiada por Vicente Yáñez Pinzón, y la más ligera “La Pinta”, al mando de Martín Alonso Pinzón. Ambos capitanes eran experimentados marineros, pero la tripulación había sido reclutada entre vizcaínos y andaluces, o gente ignorante, supersticiosa y uno que otro delincuente.

En las islas Canarias, dominio español, se detuvieron para reparar algunas averías causadas por actos de sabotaje (según sospechas), debido a la zozobra, el pavor y la franca rebeldía de una parte de la tripulación que con suspicacia había captado lo peligroso de la aventura. Zarparon el  6 de septiembre.

Los siguientes treinta días, el viaje hacia el poniente parecía interminable, pues resulta que Colón, había calculado en 750 leguas la distancia entre Europa y Asia. La tripulación agresiva exigía regresar, a grado tal, que un conato de motín tuvo que ser conjurado el 6 de octubre. Se reunió con los experimentados capitanes Vicente y Martín, que le recomendaron apaciguar los ánimos ahorcando a media docena de revoltosos. Finalmente los persuadió que “una armada que salió con mandato de tan altos príncipes, no había de volver atrás sin buenas nuevas”.

Hasta que el jueves 11 de octubre, casi a la media noche, Rodrigo de Triana (cuyo nombre verdadero era Juan Rodríguez Bermejo), marinero de La Pinta (que por ser la más velera iba adelante), hizo al Almirante la seña convenida para cuando se avistara tierra, procediendo al desembarco al día siguiente.

Habían llegado, casual y accidentalmente, a la isla que los nativos denominaban Guanahaní, de la que tomó posesión Colón en nombre de los reyes católicos y la bautizó como San Salvador (cuando parecía un hombre sentenciado a muerte). Era parte del archipiélago de Las Bahamas o Lucayas.  Actualmente esta isla salvadora lleva el nombre de Watling.

Por cierto, que el gran Almirante nunca entregó el premio de 10,000 “maravedíes” a que se había comprometido con aquel que gritara por primera vez “¡Tierra a la vista!”

Los nativos desnudos “como su madre los parió”, no eran una señal muy alentadora. No había ciudades, ni seda, ni marfil, ni perlas, ni especias. Prosiguió el viaje tocando seis islas del archipiélago, y con rumbo sur llegó a la isla de Cuba. La llamó Juana en honor a la hija de los reyes católicos. Exploró la parte septentrional de la isla durante octubre. Le pareció que había llegado a tierra firme de Asia. China o India, El caso es que encontró pobres aldehuelas con nativos, a los que llamó “indios”. Es decir se equivocó: Ni tierra firme, ni Asia, ni indios, ni especias.

Navegando hacia el Este Colón llegó a la isla de Haití, a la que bautizó como La Española (Santo Domingo). En su costa norte la nao Santa María embarrancó en un arrecife de coral y sucumbió  la nochebuena de 1492. El 25 de diciembre levantó el primer establecimiento en América con 39 hombres que no podían ser reembarcados en las dos carabelas: el Fuerte de Navidad, construido  con el maderamen de la Santa María. Emprendió el retorno el 4 de enero de 1493, lo cual fue un acierto pues dejaba completada la ruta de ida y vuelta, aunque cargando uno de los equívocos más grandes de la historia.

Se cierra la etapa conocida como La Edad Media y comienza El Renacimiento.