ARDE BARCELONA 

*De Eduardo Galeano: ¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Camelot.  

 

ARDE BARCELONA

 

Como alguna vez ardió París, por otra causa, ahora Arde Barcelona, por la simple y sencilla razón que su mejor jugador y el mejor del mundo, les ha dicho que aspira y suspira por irse del equipo. Atrás quedaron los días cuando, en una servilleta de papel en un café, se firmó el contrato de Messi, para que fuera a La Masía, a entrenarse y por los medicamentos que le hacían falta para su crecimiento, porque como una gran mayoría de ellos no tenían sus padres recursos para alimentarlos bien y para médicos y medicamentos. Nació esa estrella que nace cada veinte o treinta años, como alguna vez nacieron Di Stefano y Pelé y el gran Maradona, el único Diego del futbol. Hoy están en los dimes y diretes, si el contrato es válido; si deben darles 700 millones de euros al equipo para traspasarlo, si solo deben darles las gracias, como dicen los abogados de Messi, porque el contrato venció y una clausula dice que se podía ir. La FIFA lo tendrá que apoyar, es cierto que la Federación Española apoyó al club, eso era más que descontado. Nadie en España quiere que Messi deje de jugar para esa gran liga, que han engrandecido muchos, entre ellos él y Cristiano Ronaldo. Ayer mismo, el padre de Messi tomó un vuelo privado desde Rosario,  Argentina, para llegar a Madrid y encerrarse  a negociar con el tal Bartomeu, el culpable de todas las angustias y todos los quebrantos de ese gran Club. Messi jugó durante 16 años en el primer equipo del Fútbol Club Barcelona, más de una década y media en la que el estadio lo premió siempre con un cántico notable por lo poco imaginativo y estimulante: “¡Meeeeeeeeeeeeeessi, Meeeeeeeeeessi!”. Larga vida a Messi, donde quiera que vaya. Así le despidió Jorge Valdano: “Se va porque con 33 años no puede levantar al Barça solo y porque, en este Barça, no puede seguir siendo Messi”.

 

VER JUGAR A MESSI

 

Ver jugar a Messi es quizá el sueño de muchos pequeñines, de muchos mortales que habitamos sobre la tierra. Quien esto escribe, o sea yo, He visto a Messi jugar en algunas canchas, lo mismo en el Santiago Bernabéu de Madrid, que en el Camp Nou de Barcelona. Le he visto hacer goles de tiro libre. Le he visto gambetear y hacer diabluras. Es más, le vi debutar más chiquillo un 25 de agosto de 2005, hace varios años. Pero pocas veces ha hecho un gol más hermoso. Narro como lo vi, en vivo, en el jiustoniano (Houston) NRG Stadium, junto a mí, en la sección 126 de la fila Z, asientos 13 y 14, un argentino vivía la pasión de ver a Messi. De repente fue fauleado afuera del área, mañosamente el mejor jugador del mundo se abalanzó y se robó un metro y medio más, lo que necesitaba para su distancia, que tiene metro milimétrico, casi microscópico en su cabeza y pies, un GPS inviolable. Los jugadores americanos reclamaban que la bola debía estar dos metros atrás. El árbitro los ignoró. Messi tomó la bola, inclinó su cuerpo, la acariciaba, algunos pensamos que en ese momento platica con ella, la acaricia, le reza, posó el balón en ese pasto verde y la miró, como se mira a un amor, a una aliada, como diría el poeta Jaime Sabines: “Y yo te quiero así: mía, pero tuya al mismo tiempo”. El portero americano midió bien la distancia, acomodó la defensa en barrera, sabía que ese ángulo era perfecto para el zurdo más zurdo del mundo. Allí se paró. En ese momento Messi era un dios, un dios de la cancha. Dio cuatro pasos atrás, la hinchada, los 70 mil que veíamos el juego Argentina-Estados Unidos, Copa América, estábamos de pie. Todos queríamos que anotara, hasta los adversarios. Se impulsó y le pegó, cuando la bola corría a velocidad de gol, de repente combó, bajó al ángulo y rozó el poste de arriba… y a la gloria. Era como un circo romano, todos aplaudimos, de pie gritábamos: “¡Messi! ¡Messi!”. El estadio rendido a sus pies. Ya se había pagado el boleto. Con eso estaban cubiertos los 350 dólares de promedio por tiquet. Con eso. Lo demás fue lo de menos. Bien dice el escritor Eduardo Galeano: “Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.

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