Aceptar la religión / GILBERTO NIETO AGUILAR

Toda manifestación de lo sagrado es transcendental porque es un elemento de la estructura de la conciencia, no un estadio de la historia de esa conciencia. Todo rito, todo mito, toda creencia o figura divina refleja la experiencia de lo sagrado, y por ello mismo implica las nociones de ser, de significación y de sentido de la vida. Resulta difícil imaginar cómo podría funcionar el espíritu humano sin la convicción de que existe algo sublime, más allá de sus fuerzas y la limitada realidad que le rodea.

Es difícil manifestar la conciencia sin conferir una significación a los impulsos y a las experiencias del hombre. La conciencia de un mundo innegable y significativo está íntimamente ligada al descubrimiento de lo sagrado, que ha podido captar el espíritu humano para diferenciar entre lo que se manifiesta como valioso y rico en significado, y todo lo que aparece desprovisto de esas cualidades, es decir, el fluir caótico e inicuo de las cosas vacías de sentido.

Los jóvenes son el capital humano y la esperanza de una humanidad mejor. En la juventud es común plantearse mil preguntas sobre la existencia y las razones de vivir. Con una corta experiencia es mayor el número de preguntas que quedan sin respuesta. En medio de la alegría de vivir tal vez lleguen pensamientos sombríos sobre lo que harán y serán, los caminos a seguir, las relaciones que cultivarán. El joven suele también pensar en el mundo, la extinción de los bosques, la contaminación y la frágil capa de ozono, las armas nucleares y los residuos atómicos, el sida y la pandemia. ¿Hasta qué punto puede considerarse responsable del futuro de su vida, asociada a la de este inestable planeta?

Su persona y sus deseos, sus ideas del mundo y de él mismo le van a causar desasosiego. El joven se dará cuenta de que todo lo que tiene y lo que puede tener no es suficiente para colmar sus ansias de dicha y de una vida intensa. En la unidad fundamental de los fenómenos religiosos y la inabarcable variedad de sus expresiones, encontrará más tarde una realidad firme y objetiva, una verdad que no depende de la personal creencia para existir. Quizá entonces, la Iglesia se convierta en el respaldo natural para su espíritu.

Pero casi nunca es así de simple. El joven está creciendo sin apoyos morales y éticos, sin modelos edificantes para sobrellevar la vida –especialmente si es pesada y azarosa– en un mundo amenazado por el consenso y desertado por la razón. Poco importa cuáles sean los argumentos filosóficos, históricos o emocionales con los que quiera dar cuenta de su vida. Hoy la corriente lo lleva al ateísmo y la irreligiosidad por contagio, crisis familiar; desapego personal, imitación colectiva o lo peor, por un profundo vacío existencial.

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