POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

Ecocidio es el envenenamiento que se produce por la multiplicación de las fábricas, los automóviles y el predominio de maquinaria; el ecocidio es el fruto de un exagerado adelanto mecánico que intoxica al aire, al agua, a la tierra; y el remedio inmediato parecería sencillo, en función de alejar o destruir estos artefactos de la civilización; pero como no es factible detener el progreso; como no es posible –como alguna vez sugirió Gandhi- volver a la edad de oro del huso; volver al estado de la naturaleza, entonces, lo conveniente, como postrer recurso, es encontrar los medios para que la contaminación se disminuya y se corrijan los factores que hacen daño.

El ecocidio no es un peligro individual sino colectivo. Los trastornos respiratorios no llevan dedicatoria personal, amenaza a todos los viandantes. Nadie tiene derecho a ignorar que el hombre está jugando a la muerte y es aquí donde surge el conflicto, puesto que no es imaginable detener el progreso.

Estamos, como país, pretendiendo saltar por encima de nuestra estructura subdesarrollada para avanzar en el proceso de la industrialización. ¿Entonces, como podríamos renunciar al sistema de vida industrializada?

No hay ser humano que en un momento dado no haya soñado con la vuelta al estado natural; que no haya deseado releer a Thoreau, con todas sus bellas consecuencias del retiro de la algazara mundana para encontrar la armonía con el campo, la vida sencilla, las caminatas al filo de la paz y alejamiento del mundanal ruido. La realidad sociológica no admite excusas. La enajenación psicológica tampoco. Hay que encontrar soluciones inmediatas, realistas. Como lo han hecho otros países.

No se ve el resultado de lo poco o lo mucho que se haya hecho. Vemos basura por doquier. Los Estados Unidos siempre están amenazando con mandar a nuestro territorio los desechos radiactivos.

Si los seres humanos no nos damos cuenta de la presencia del suicidio que nos cerca y nos determina y adquirimos una conciencia de vigilancia permanente, estaremos perdidos. Está en las manos de cada ser humano cooperar para ir eliminando la contaminación en cualquiera de sus manifestaciones.

La verdad es que el ser humano debe despertar a la realidad y debe saber que nuestra explosión demográfica es angustiosa. Que, estamos trayendo hijos para que limpien cristales de automóviles o imiten a payasos. Si la iglesia dice que nazcan tantos niños como se deseen, pues hay que mandar a la iglesia a tanto niño callejero, para que lo mantengan.

Hemos visto que las cosas aumentadas sin conciencia, pervierten su función y dejan de ser utensilios al servicio de la humanidad para convertirse en vehículos de muerte.

Límites para crecer, es un libro que habla de treinta individuos de distintas nacionalidades y diversas especialidades, que se reunieron para discutir el o los problemas en los que se encuentra la humanidad: “la acelerada industrialización, el rápido crecimientos de la población, la mala nutrición, la destrucción de los recursos no renovables y el deterioro del medio ambiente”. En sus conclusiones este libro dice: “si el presente crecimientos en la población mundial, en la industrialización, en la contaminación del medio ambiente, en la producción de alimentos y en el deterioro de los recursos, continua sin cambio, los limites para crecer en este planeta serán alcanzados en algún punto los próximos cincuenta años. Los resultados más probables van a ser una rápida e incontrolable declinación de ambos, población y capacidad industrial. Es posible alterar el crecimiento de estas tendencias y establecer una condición ecológica y económica de estabilidad que se ajusta al futuro. El espíritu de equilibrio mundial, puede ser diseñado de tal manera que, las necesidades materiales para cada persona en la tierra sean satisfechas, y cada persona tenga una oportunidad para realizar su individual potencial humano”.

Por esto es que se impone una incrementación de la solidaridad humana. Si es verdad que el peligro une a los hombres –según la advertencia de Nietzsche- ningún momento más propicio para que el hombre recuerde y ponga en acción su hombría de bien.