¡CUIDADO CON EL HAMBRE DEL PUEBLO!

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

La comedia amenaza convertirse en drama. El único personaje que no tolera acuerdos convencionales es el hambre. El hambre siempre ha sido mala consejera.

Los dueños del capital, en conjunción con los altos comerciantes, acaparadores, intermediarios y demás parientes y cómplices, no se han dado cuenta, para su mal, que, como dijo el filósofo Abel Quezada, no hay que estirar demasiado la cuerda, ni el resorte, ni la paciencia del pueblo, porque pueden romperse.

La ciencia económica, con su erudición y su lenguaje enigmático, nos alegara que la única salida posible es dejar en libertad a los precios para que sigan su giro sin impedimentos porque, de otro modo, pueden escasear los productos básicos y, lo que sería peor aún, pueden desalentarse los capitalistas y el castigo seria la evasión del capital y el cese de la producción.

¿Cómo es posible imaginar, siquiera imaginar, que los dueños de la fortuna van a resignarse a ganar menos de lo que actualmente ganan?

¿El pueblo tiene necesidades y carencias? Bueno, ¡Y que!… Ellos tienen el sagrado derecho a multiplicar su capital, que para eso es, precisamente, la mecánica del poder económico, para ganar más y más, sin miedo a que el globo tan audazmente inflado pueda estallar.

Una y otra vez las declaraciones de los organismos de los representantes del poderío de las monedas acumuladas, han ratificado la determinación de seguir adelante en su empeño de multiplicar con sus millones.

O se aceptan los precios en preciosa cascada, o el o el capital se espanta y puede huir a tierras lejanas.

Ha sido inútil que voces con heroísmo y valor inaudito, revelen que el aumento de los precios solo beneficia a los capitalistas, auténticos dueños de las empresas acaparadoras.

En último análisis, el elemental sentido común, señala que está bien disfrutar de la gallina de los huevos de oro –según el cuento clásico- pero no matar a la gallina.

Sin el pueblo consumidor no hay empresa, ni comercio, ni iniciativa privada.

Por otro lado, creemos que los sindicatos son, o deben ser, de acuerdo con su origen, con su constitución primordial, con su espíritu, nacido al calor de la lucha de clases, una escuela de revolucionarismo; más aún, tiene que ser, constante, permanente, una trinchera de combate para garantizar una mejor vida no solo para el proletariado, sino para toda la clase indigente del país.

Si el sindicalismo no responde a su obligación moral, si no se coloca en su sitio, al lado de los pobres, entonces habrá que sospechar que sus líderes, han vendido, entregado o hipotecado sus banderas, a cambio de prebendas, dinero o participación en el uso y abuso del poder público.

En el libro Pensamiento Político de José López Portillo –que reúne textos de los más importantes discursos pronunciados en su campaña- dice: “A pesar de la unidad nacional alcanzada existen en nuestros días, enormes e intolerables injusticias e inquietudes. Se llega a afirmar, con alguna razón, que en un mismo territorio viven de hecho varios países. Por un lado, un México en donde se posee casi todo, inclusos lujos innecesarios y formas aprobiosas de despilfarro. Por el otro, un país desheredado y oprimido en el cual se carece de los más elementales bienes materiales, aunque no, desde luego, de dignidad humana o de espíritu combativo… La verdad es que tenemos que seguir diciendo que si queremos tener mejores tiempos, tenemos que resolver los problemas de nuestra circunstancia: esa brecha de injusticia que se ha abierto entre la generación de la pobreza y su reparto”. Pag. 217-18-481.

Se ha dicho, y con verdad absoluta, que hay que atender la voz de los pobres, sino porque son la mayoría.

No es posible eludir con frases la brutal agresión de los precios altos. Aunque lo digan los economistas, esto no puede seguir así. El hombre –hay que repetir este slogan- no razona, no discute, no admite debates ni discursos; el hombre es; el hombre esta; el hombre existe y su único remedio es abaratar la vida.