LOS LIBROS 

*50 mil los muertos, y Gatell tan campante. Camelot. 

 

LOS LIBROS

 

Un amigo apreciado me llamó desde España, venia de regreso a México. ¿Qué te llevo?, preguntó como el buen amigo samaritano que a uno lo recuerda. Pues unos libros. Suelo comprar en Madrid los libros que ocurrentemente requiero. En el Corte Inglés o en alguna buena librería de La Gran Vía, hay una pegada a la tienda mítica del Real Madrid. Muchos de ellos tienen mercado allá aldeano, y poco interesan aquí. Alguna vez presté uno y ahí se perdió, ‘Aguirre el magnífico’. Trata la historia del segundo esposo de la Duquesa de Alba, Jesús Aguirre, escrito por el gran Manuel Vicent, un libro extraordinario que hoy recuperé pues lo traía perdido. El País: “Este retrato de Jesús Aguirre, cura, editor de Taurus y último duque de Alba, es -además de un rosario de hilarantes y surrealistas anécdotas- la crónica de una generación que, según Vicent, se ahogó en la piscina de su propio ingenio. Quizá por eso el libro arroja una mirada melancólica a un tiempo “que lo inauguró todo pero no se sintió satisfecho con nada”; vivido por unos hombres que eran demasiado autocríticos, demasiado snobs, demasiado inteligentes, demasiado escépticos. Todo, hasta quemarse en su propio ingenio”. El otro acababa de salir del horno: ‘Los Borbones y sus locuras’, muy al tiempo, más ahora que al rey Emérito le tocaron las golondrinas y se fue auto exiliado, porque los socialistas y comunistas que ahora tienen secuestrado ese gobierno, quieren terminar con la Monarquía. Veremos, dijo un ciego. Los leeré y se los guardo a mi hermana Flor, que es jarocha monárquica y tiene una hija casada con un Lord inglés.

 

LA PEQUEÑA HABANA (MIAMI)

 

Hace unos años anduve por la Pequeña Habana de Miami. La de la Calle 8. La más cubana de todas. Calles con nombres como Celia Cruz y Willie Colón. Busqué dónde comer. Me habían recomendado ‘La Carreta’. Restaurante del número 3555 de la calle 8. Frente al ‘Versailles’, del mismo dueño. ‘Cuisin Cuban’, rezaba el letrero de este restaurante de 40 años de antigüedad, donde tiene una placa a su entrada que honra a aquella migración que salió de Cuba. “En memoria de aquellos cubanos; hombres y mujeres que nunca se resignaron a vivir sin libertad”. Menú como en La Habana: Tamal en hoja, moros con cristianos, yuca en mojo, picadillo, criollo, paticas y lechón asado. Postre: natilla y tocinillo de cielo y flan de queso. Barato. El taxista que nos llevó de regreso al South Beach, un hombre sesentañero que sufrió cárcel con Fidel Castro, cuenta que ha recogido gente del aeropuerto, londinenses que primero vienen a comer al ‘Versailles’ y luego a registrarse al hotel. Pasos adelante, en la 8 y 17, los viejos que no se quieren morir, los que miran por las noches ese mar que separa las 90 millas de su patria querida. Con añoranza, juegan dominó y ajedrez. Lugar de mucho orden. Está prohibido fumar, tirar basura, llevar alcohol, las malas palabras y escupir al suelo. Lugar limpio. Me acerqué a una partida de ajedrez de dos viejos. Ese tablero blanco y negro de 64 cuadros, hacía que los pensamientos de esos cubanos volaran al mar. Al lado, un cubano de pelo ensortijado, que tenía pocos años de llegar de la isla, me hablaba de Lara y de Toña La Negra y de Miguel Aceves Mejía. Donde juegan es una cabaña, ‘Club de Dominó Máximo Gómez Park’, de la ciudad de Miami. Los viejos, con sus vestimentas más humildes se les ve en parejas de dominós y en duelos solitarios de ajedrez en busca del jaque mate al rey, emulando a Capablanca, su leyenda cubana. Los mirones, a un lado. Guardan silencio. No en el dominó, allí todos meten su cuchara. Pasan el día así, deben ser jubilados o ser sostenidos por sus hijos a quienes trajeron de La Habana para integrarlos a esta vida de libertad y progreso en la Florida.

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