Arturo Reyes Isidoro / ¿Fueron solamente el efecto López Obrador y un mal cálculo político de Javier Duarte las causas que contribuyeron al triunfo de Cuitláhuac García Jiménez como candidato a gobernador, hace dos años?
Esas fueron dos causas verdaderamente circunstanciales, pero hubo una más, de fondo: el hartazgo ciudadano con un sistema identificado con el PRI, sobre todo, pero también con el PAN, que ya se había agotado.
Al tricolor la ciudadanía ya le había mostrado su rechazo en el año 2000, cuando perdió por primera vez la presidencia luego de 70 años y nueve meses de hegemonía, aunque le volvió a dar una oportunidad 12 años después y lo devolvió al poder en 2012.
El PAN ganó la presidencia dos veces en forma consecutiva, de 2000 a 2012, y sobre todo Vicente Fox, el primer opositor en llegar a Los Pinos, tuvo la oportunidad histórica de corregir y cambiar el rumbo para bien del país, pero él y Felipe Calderón cayeron en los mismos viejos vicios y prácticas del PRI, incluso acaso hasta en mayor medida.
En el Estado, en 2016, también los veracruzanos dieron la espalda al PRI y luego de 86 años en el poder optaron por el PAN, que en realidad representaba lo mismo ya que su candidato era un prominente expriista, Miguel Ángel Yunes Linares, porque querían un cambio del estado de cosas.
No lo hubo y optaron por hacer a un lado el dicho más vale malo (o viejo) por conocido que bueno (o nuevo) por conocer, y hoy hace dos años votaron por un desconocido, Cuitláhuac García Jiménez, en quien cifraron la esperanza del cambio, que todavía esperan.
Había (y todavía lo hay) hartazgo ciudadano por el abuso de poder de los gobernantes en turno, que convirtieron el gobierno en sinónimo de corrupción y atropello, así como enriquecimiento obligatorio, con el desvío de recursos públicos o negociaciones con empresas privadas y el otorgamiento de contratos a cambio de “moches”.
Los veracruzanos veían cómo el vecino, al que toda la vida habían conocido como uno más de la clase media, se enriquecía de la noche a la mañana apenas llegaba a un cargo, por más modesto que fuera, y no solo lo observaban luciendo sus riquezas, sino que un día se enteraban que ya vivía en el fraccionamiento más lujoso en una residencia o mansión que ellos jamás tendrían en su vida.
Hoy no hay un político del PRI, del PAN o de otro partido que haya pasado por un cargo del gobierno que viva en la medianía de la que hablaba Benito Juárez. Todos se enriquecieron y difícilmente alguno pasaría la prueba del ácido de la honestidad.
Para cuando gobernó Javier Duarte estaba tan podrido todo que hasta el más ínfimo empleado de ventanilla había refinado su propio método para extorsionar. En su momento, la empresaria Leonor de la Miyar denunció que, por ejemplo, en la SIOP, les solicitaban dinero para cualquier trámite y para burlar toda vigilancia les pedían que fueran al ADO, compraran con efectivo boletos a Cancún y se los entregaran. Luego iban y los cancelaban y se quedaban con el dinero.
Fue a partir de 2004, con la llegada de Fidel Herrera Beltrán al Gobierno del Estado, cuando se inició el principio del fin. Populista, embriagado de poder, enloquecido por su afán de llegar a la presidencia, dilapidó el dinero público a manos llenas.
Alguna vez escuché la versión, de personas que pasaron por la Secretaría de Finanzas, que un funcionario de esa dependencia, Carlos Aguirre Morales –ahora supuestamente prófugo, aunque han circulado fotos en las redes sociales con la versión de que se pasea por la ciudad– le entregaba todos los días tres millones de pesos en efectivo, que los utilizaba para repartir en sus recorridos por el Estado.
Le quitó impunemente 1,500 millones de pesos a la Universidad Veracruzana (cinco pagos anuales de 300 millones, como me lo confirmó el exrector Raúl Arias Lovillo) y la entonces presidenta de la Comisión de Hacienda del Congreso local, Karime Aguilera Guzmán, veintitrés días después de que Fidel entregó la gubernatura le declaró a Regina Martínez que había dejado una deuda de 25 mil millones de pesos (Proceso, 23/12/2010).
(Extraña que ahora resulta aliado de Morena y que excolaboradores suyos, amparados en el Partido Verde, se muestran y pasean por el Estado en activismo político cuando incluso están acusados en la Fiscalía General del Estado por el desvío de miles de millones de pesos.)
Para que le cubriera la espalda y lo dejara en la impunidad, Fidel le heredó la gubernatura a su extesorero de campaña y extesorero y exsecretario de Finanzas en su gobierno, Javier Duarte de Ochoa, quien superó a su maestro en el desvío de recursos y abuso de poder. Fue el acabose con él y quien casi dejó herido de muerte al PRI.
Los veracruzanos habían llegado al límite. Las finanzas estatales estaban sin fondos, había una deuda de 47 mil 513 millones de pesos, se adeudaba a proveedores y prestadores de servicios, se había tomado el dinero del IPE, no se había abonado o pagado la deuda de la UV, y era diario el ruido mediático por el escandaloso enriquecimiento de Duarte, de su esposa y de la familia de su esposa, así como de varios de sus colaboradores.
Todavía anoche, XEU Noticias publicó que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó al gobierno de Veracruz devolver a la Federación 96 millones 470 mil 817 pesos, más rendimientos y cargos, otorgados a Javier Duarte en 2014 y acumulados en 2015, que serían para contratar un seguro agropecuario catastrófico para la protección de productores rurales de bajos recursos, el cual no fue ejercido, por lo que el propio Ejecutivo federal promovió un juicio, dinero que tendrá que pagar el gobierno de Cuitláhuac.
El PRI perdió la gubernatura, que difícilmente volverá a recuperar, pero su sucesor el PAN, pese a su discurso y deslumbrantes ofrecimientos de campaña, siguió en lo mismo y los veracruzanos ya no aguantaron que el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares decidiera heredar el mando a su hijo del mismo nombre.
Este 1 de julio, hace dos años, prefirieron optar por un desconocido quien si bien no tenía una larga trayectoria política y ninguna experiencia administrativa, tampoco representaba al viejo régimen sinónimo de abuso del poder, de corrupción.
Hace dos años ganó una nueva oposición. Hace año y medio que gobierna. Una evaluación final podrá hacerse hasta que concluya su mandato para determinar si fue para bien del Estado o qué tanto lo fue. En el corto lapso se percibe desencanto ciudadano.
Lo que queda claro es que los veracruzanos dijeron en los años 2000, 2016 y 2018 que rechazan el viejo sistema, a sus partidos, así como a los políticos de ese régimen caduco, muchos de los cuales se aferran a seguir medrando y a recuperar puestos públicos.
En el Estado, Cuitláhuac carga el peso de la responsabilidad de que los veracruzanos sigan creyendo y votando por su partido. No la tiene fácil. No, por la descomunal deuda que heredó su gobierno, pero también acotado por el terrible centralismo del presidente López Obrador que lo limita, peor que en la época del PRI.
El presidente viene y le da respaldo, pero solo de palabra cuando lo que debió haber hecho desde un principio fue haber dispuesto que todos los apoyos de los programas sociales él los repartiera. Apenas ayer vi que el delegado Manuel Huerta le dio chance de que anunciara el pago de próximos apoyos.
Hoy sería no solo popular sino un gobernador fuerte, políticamente. Pero está atado de manos, poco puede hacer, sin recursos y con una aprobación menor a 40 por ciento, entre los más bajos del país.
Pero estamos a solo once meses de saber si el cambio ha satisfecho a la población, si todavía confía y guarda esperanzas en que se dará el gran viraje, si cree que es posible alcanzar las metas que reencaucen a Veracruz por el rumbo correcto.