Esperando a un líder / FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA

Esperan, día a día, a que llegue alguien con nombre preciso: Godot.

Esperando a Godot es la obra máxima del teatro del absurdo: dos hombres esperan toda su vida la llegada de alguien, Godot, que nunca aparece.

La mayoría de la sociedad mexicana está, estamos, en contra de López Obrador: la caída en su aprobación es ya inocultable (48% Mitofsky) y arrastra a Morena.

Los datos son cada vez más claros. También la reacción del régimen.

Los datos: la caída de López Obrador se debe a su incapacidad. Tres temas lo engullen: Covid, desempleo y violencia.

La reacción: López Obrador ha sido incapaz de retomar el control de la agenda nacional. Trata de distraer, cada vez con menor fortuna. Provoca. Intimida. Inventa.

¿Por qué? Porque polarizando, primero, retoma su mensaje. Requiere un enemigo. Algo que sostenga su narrativa de buenos contra malos y sustituya el de ineptos/competentes.

Si polariza, gana. Si se deja de hablar de Covid, de economía y de inseguridad, gana.

Por eso, lo mejor que podemos hacer es ignorarlo y repetir los temas que le afectan. En política gana quien marca la agenda.

La posibilidad de un triunfo opositor en 2021 es más claro y más probable y, sin embargo, existe una barrera mental en su seno.

Se repite una especie de mantra del naufragio: hace falta un líder. Uno que una. Que enarbole. Sin él, estamos perdidos.

Godot.

Gran paradoja: clamamos para que nos repitan la dosis que nos trajo hasta aquí.

La cultura importa. México vuelve sobre sus reflejos. Es la historia aprendida que nos aprehende: la espera al iluminado. Al hombre fuerte. Al cacique. Al caudillo.

Del Tlatoani al rey; del emperador al presidente y del dictador a los monarcas sexenales, México consumió dos siglos. El poder en unas cuantas manos: Santa Anna, cuya historia se repetirá no dos veces, como alertaba Marx, sino once. Juárez, Díaz y la presidencia monárquica del PRI hasta la alternancia del 2000.

Y, sin embargo, los avances de México, que han sido muchos, no han provenido de líderes autócratas sino de una fuerza más potente, más real, más incontenible: la sociedad civil.

Esa es la historia del 68. Del terremoto del 85. De la rebelión democrática en cientos de municipios a partir de 1986. Del derrumbe electoral del 97 del sistema presidencialista hegemónico.

Las grandes transformaciones nacionales han provenido desde la sociedad civil: de abajo hacia arriba y no al revés. Y han venido no de balas: de votos.

Pese a ello, la sociedad no cree en su fuerza.

¿Esperan que emerja un líder cohesionador antes del 21?

Les tengo una mala noticia: no va a suceder.

En política, el reloj no se adelanta. Los políticos más astutos lo saben: a López Obrador le faltan 5 años de gobierno. Y enfrentar a un régimen cinco años, en un cuerpo a cuerpo, es mucho.

Más bien, México requiere el surgimiento simultáneo de decenas de líderes. Eso no sólo es posible: está sucediendo.

Hay 14 gobernadores mejor evaluados que el presidente: todos, salvo uno, son de oposición.

Son cada vez más numerosas las voces de líderes empresariales, académicos, analistas que promueven visiones alternas para México.

Líderes hay. De entrada, necesitamos 300 para ganar la Cámara de Diputados. Luego, en cada estado para rescatar los congresos locales e impedir reformas constitucionales.

La sociedad debe salir de una suerte de síndrome de Estocolmo: se sabe rehén de López Obrador pero repite todo el tiempo los argumentos por los cuales no puede ganar y librar su secuestro.

La organización moderna de activismo se nutre de tres ingredientes: causas, agrupamientos e interacción.

Los viejos membretes de partidos quedaron atrás. La sociedad se organiza por causas. Hay que encontrarlas. Posiblemente el líder que espera esté en el espejo.

Segundo: sin membrete común, la causa se dispersa.

Tercero: Una vez unidos bajo un membrete, hay que interactuar para que la energía no se extinga.

Esa es una vía.

La otra es seguir sentados esperando a Godot.

@fvazquezrig