La convivencia en casa

Es sorprendente escuchar que algunas personas no pueden soportar una larga convivencia en casa, en el hogar, con los suyos, con su propia familia. La frase fatal, lapidaria, tajante, que pone de manifiesto el problema es: “No los aguanto, no los soporto”, lo que da una idea de total rompimiento de los vínculos más sublimes de respeto y cariño en la familia, célula de cualquier sociedad. ¿Se está rompiendo acaso lo que ha sido el ideal de nuestros padres y abuelos como un estado saludable y, sobre todo, deseable?

¿Qué está sucediendo con la sensibilidad de la mujer y el hombre contemporáneos? ¿Qué pasa con su comportamiento gregario? ¿Por qué ese despectivo “no los soporto”? ¿Por qué no piensa esa persona que las cosas no tienen que ser necesariamente a su modo y a su gusto? Es decir, quien expresa esa frase debe estar dispuesto a romper su integración a un grupo, no querer ser parte de ellos, de comprenderlos como quisiera que lo comprendiesen a él o ella. El diálogo amable —nunca a gritos, ni en momentos de enojo— puede atenuar el problema.

Si la persona es egoísta e incapaz de pensar en los demás (pareja, hijos, padres, familiares) jamás podrá responder al cuidado del otro, eje central de todos los valores éticos. Hoy las ciencias de la conducta y el comportamiento social han encontrado un término para este tipo de personas que pierden el control de sí mismas: analfabetas emocionales.

Estos individuos no perciben las emociones y sentimientos de los otros, por lo tanto carecen de respeto para ellos. Si no son capaces de autorregularse no serán tampoco personas resilientes, ni podrán frenar los impulsos egoístas del niño o niña malcriados que permanece en su interior. No podrán comprender ni sentir la empatía, y no entenderán que ellos, los que dicen “no los soporto”, son el verdadero problema en el núcleo familiar, el hilo suelto, el zapato descosido, la piedra en el calzado para seguir caminando como familia.

Pudiera ser que hubiese un problema de depresión ocasionado por el confinamiento y que esto a su vez le provoca miedo, angustia, ira, o le torna violento. En ese caso, si no puede controlarla, si no puede autorregular sus emociones y reacciones, lo más conveniente será consultar a su médico. De lo contrario el problema podría ser mayor.

Esto lleva a preguntarnos ¿qué sucede con la sociedad contemporánea? ¿Por qué está engendrando tantas personas egoístas, cuyo centro social reside en sí mismas? ¿Acaso transitamos muy rápido de animales a dioses? Precisamente cuando el planeta se encuentra sobrepoblado, con cerca de 8 mil millones de seres humanos, cantidad jamás imaginada hace apenas 60 años.

Hoy es una urgencia vital saber convivir, porque la sobrepoblación exigirá cada vez mayores recursos y espacios que se le robarán a la naturaleza y al planeta, pero también formas más estrictas de coexistencia y retorno a valores viejos y nuevos. Hagamos un esfuerzo por convivir en familia. ¡Si tú quieres, puedes hacerlo! Amar y respetar a los demás es una decisión que se convierte en sentimiento y acción.

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