Seguridad, salud y educación, ¿por qué terminan en escándalo?

Sacaron a la secretaria del Trabajo, Guadalupe Argüelles, y nadie la extrañará. Digo que la sacaron porque no se cree que haya renunciado, ante su forma tan peculiar de entender la función pública.

Lo menos que tenía que hacer era renunciar, tras el escándalo de la detención de su hijo, quien conducía —según reportes policiacos, en estado inconveniente— un vehículo oficial de lujo, pero tiene el antecedente de haber querido nombrar a su hija como funcionaria en la dependencia de la que era responsable.

Pero la exsecretaria nunca aceptó culpabilidad, siempre actuó y declaró que no hizo algo malo. Ahora tuvo que irse y seguramente pensará que fue una injusticia, como de hecho ya lo dejó entrever la familia.

Lo cierto es que una investigación no vendría mal para saber cómo dejó la Secretaría del Trabajo.

Estar en la administración pública requiere de mucha sensibilidad y sentido común, más en estos tiempos de economía quebrada, aumento de pobreza en el pueblo, falta de empleos, cierre de empresas, encierro y pandemia.

Por cierto, los gobiernos tienen áreas sensibles, como las abocadas a atender la seguridad pública, la salud y la educación. Si ahí las fallas son notorias y se le agrega corrupción, tarde o temprano vienen los escándalos.

No es que en otras dependencias pueda haber errores, negligencias y robos, pero llaman menos la atención.

Robar con la compra de equipos o material de seguridad, médico o educativo puede terminar en situaciones que marquen negativamente a todo un gobierno.

Lo hemos visto recientemente en gobiernos de Veracruz y el deseo de los jarochos es que eso nunca vuelva a repetirse.

Por eso, la Contraloría, el jefe y quien lo ayuda para que haya gobierno, deben vigilar con lupa lo que sucede en esas áreas.

Nada de compras a sobreprecio o exigencia de moches a los proveedores o constructores.

Nunca debió suceder en el pasado, pero ocurrió y, más temprano que tarde, algunos medio pagaron o están pagando las consecuencias, independientemente del señalamiento público, la burla y el desprecio del pueblo por el resto de sus días a los funcionarios que incurrieron en eso.

Así que los gobiernos actuales, más los de la cuatroté, deben estar totalmente exentos del mínimo acto de corrupción.

Enarbolaron la bandera de la honestidad y ahora no deben, algunos, tirarla o traerla en la espalda, ocultándola.

Los secretarios responsables de Seguridad Pública, Educación y Salud no pueden salir dentro de un tiempo con que no sabían lo que hacían sus directores administrativos. A revisar ahora, antes de que sean otros los que los revisen.