El barrunte

Juan Noel Armenta López

El universo es perfecto. Cada pieza del universo tiene una razón de ser y una razón de estar. Cuando se ignoran las señales del cielo, se pagan las consecuencias de haberlas ignorado. Un suave oleaje de vientos cruzados se dejó sentir allá por el terreno de Vicente Ramos. De repente, los vientos intensificaron su fuerza. Recientemente habían quemado el potrero junto a la ordeña. Y el viento empezó a desprender las cenizas “chichinadas” de las grandes piedras. Después se empezó a sentir como que los vientos venían de todas partes. Pero no sospechamos que algo grande iba a pasar. El viento doblaba con su fuerza el follaje de los árboles. Al inclinarse los árboles hacían como una reverencia quizás a un ser divino. Por el miedo y la excitación de los animales, la peste de las feromonas se hizo presente. Las hormigas corrían espantadas. Todos los animales parecían gritar que el cielo se iba a descomponer. Pero las hormigas seguían trabajando ordenadas con intensidad para buscar refugio y ganar tiempos de vida. Habría que tomar en cuenta que los animales jamás desperdician el tiempo. El hombre es el único animal que desperdicia el tiempo. El tiempo perdido es quizás lo único que nunca se recupera. Las hormigas acarreaban a cuestas la comida para asegurar su sobrevivencia. Había hormigas que cargaban sobre sus espaldas tres veces el peso de su cuerpo. Si las hormigas tuviesen el don del habla, seguramente nos habrían dicho desesperadas que almacenáramos alimento y que buscáramos refugio. Pero es digno de comentar que el hombre cada día sabe más de mundos lejanos y menos de la tierra que pisa todos los días. El cielo se había encapotado. Las nubes con matices oscuros pareciera que también buscaran refugio. “Taurino”, el mayate acorazado, pasó volando como una sombra por nuestras cabezas con un rumbo definido. El barrunte de las hormigas, el cielo oscurecido, y la presencia de los vientos, no fue suficiente para darnos cuenta de las señales naturales. La ignorancia que tenemos sobre la naturaleza, cegó la clara advertencia. El hombre avanza en cultura, pero en equilibrio cancela terreno en el instinto. Las arrieras, aquellas hormigas más grandes, hacían lo mismo que los demás animales, trabajaban en su sobrevivencia. Los animales estaban muy alterados, pero todos trabajaban en la urgencia de preparación para lo que vendría. Nosotros sospechábamos que se avecinaba un desastre. Pero los animales sabían que el desastre era inminente. Cuatro horas después de que vimos a las hormigas alborotadas, los animales grandes huían en grupos para ponerse a salvo. En eso pasaron corriendo unos venadillos de pastoreo como si los fueran persiguiendo. Las ranas buscaban esconderse en los cospes de lodo a la orilla del charco de agua. Vacas y burros corrían juntos en remolino. Desconcertados por la presencia del temporal se prevenían de lo peor. Los totoles crispaban las plumas de la cola y “gorgoreaban” esponjando su gran pecho. El frío y el viento calaban los huesos. Y se empezó a oír un ruido como cuando la abuela rasgaba una tela de satín.  Después se oyó un tronido como cuando cayó la casa de Isabel Miranda allá por los macheros del caserío. “María”, la gallina “papuja”, que recién empollaba, caminaba contra el viento cubriendo a sus hijos de los goterones que caían del cielo. La abuela de plano cargó a “Gorgonio”, el pavo real, que permanecía espantado y atrapado en su jaula. “Trinidad”, el loro huasteco que estaba amarrado en la viga más gruesa, a un lado del molendero, de plano se soltó diciendo picardías como si estuviera poseído por algún demonio socarrón. Y ya en la madrugada del lunes, supimos porque el barrunte había sido tan intenso. Entró con una fuerza fantasmal ese huracán que devastaría toda la Sierra Madre. Y vino el espanto. Y vino el dolor. Moraleja: Si hoy queremos saber sobre el clima le preguntamos a un satélite. Las hormigas siguen haciendo su trabajo y su barrunte sin que nada las interrumpa. Gracias Zazil. Doy fe.