El mundo desolado / LUIS VELÁZQUEZ RIVERA

El mundo desolado

Sábado y domingo suele poner un tianguis sencillo y modesto, básico y elemental, en la colonia popular donde vive, y en los días que caminan, cero ventas. Ninguna cliente ha tenido, pues por lo regular vende ropita, en la calle.

El mundo desolado.

Se casó a los 25 años de edad. Con su esposo procrearon dos hijos. Y el menor apenas tenía dos años cuando otra mujer estremeció las entrañas de su pareja y se fue con ella.

Así nomás, machito mexicano. Nunca un centavo para los hijos ni para ella. Tampoco un dinerito para la ropita y los útiles escolares de los niños.

Menos, mucho menos, un guardadito para emergencias. Ella, sin comprarse unos zapatitos, unas chanclitas, un vestidito, un pantalón de mezclilla en el mercado popular.

El peor de los mundos.

Los padres la apoyaron. También, los hermanos, con todo y necesidades familiares.

Pero el día llegó cuando fue puesta “entre la espada y la espada” y apostó a su mano de obra.

Trabajadora doméstica, primero. Luego, el tianguis el sábado y el domingo en la mañana.

La venta de ropita y zapatitos que la familia y los amigos le regalaban para venderse en la colonia a gente, digamos, en la pobreza y la miseria, población igual o más jodida.

Y la vida comenzó a restablecerse. Tuvo entonces dinerito para comer con tranquilidad y las emergencias inevitables en la vida familiar.

Y mientras ella laboraba en una casa como trabajadora doméstica y en el tianguis, sus padres cuidaban a los hijos.

Ahora, con su excelencia, el Covid, la vida… descarrilada. Y el padre de sus hijos, sabrá el chamán su destino.

Miles de mujeres, igual que Alejandra. Primero, los machos. Segundo, los pobres cada vez más pobres y los ricos cada vez asquerosamente más ricos… en un sistema político, económico y social que los sigue favoreciendo.

Uno de cada tres jefes de familia lleva el itacate a casa con el ingreso obtenido en el changarrito en la vía pública con la venta de picadas y gordas y tacos y tortas y mucho chile.

Veracruz, en el primer lugar nacional en la producción y exportación de trabajadoras sexuales, la venta insólita del cuerpo para llevar la torta a los hijos.

Vive Alejandra el peor de los días y noches. Las noches, con “el ojo abierto” mirando el techo de la recámara pensando y volviendo a pensar en una salida.

Ni modo de refugiarse con sus padres, por ejemplo, porque ellos también viven a la quinta pregunta.

Ni modo de buscar a su expareja, porque es un desgraciado y con una demanda civil saldrían más bronqueados que nunca.

Y ni modo de que hora pida limosna a la salida de la iglesia luego de misa.

Ta´canijo. “Muchas cornadas da el hambre”, intituló Luis Spota a una de sus novelas. Pero en el caso de Ale, la vida se ha pasado de tueste.

Tanto que, por ejemplo, ningún consuelo le queda con rezar y esperar un milagro, pues cada vez se convence de que los milagros son fantasía, quimera vana, utopía.

Y aun cuando el sacerdote le dice en el confesionario que “Dios pone a prueba y después premia” como a Job, los niños necesitan comer todos los días…