Campea el espíritu de Ana Frank

No son buenos síntomas cuando una sociedad es obligada a recluirse en su domicilio, porque implica la ocurrencia de algo grave en su interior, tal cual sucede en buena parte del planeta en tiempos del coronavirus 19. La causa es por el temor a un organismo microscópico cuya letalidad supera en mucho a la irracional e inhumana persecución nazi contra los judíos durante la segunda guerra mundial de 1939 a 1945. Tras un mes de encierro voluntario, y ante la perspectiva de prolongarse 60 días más, debemos tomar como paradigma la patética narrativa de Ana Frank sobre los dos años y medio de encierro para protegerse del criminal asedio nazi. Con ese antecedente, en un mundo totalmente diferente al de Ana Frank, con ventanas abiertas al universo, la libertad de asomarse a la calle o salir a discreción a la calle, de abastecerse de alimentos escogidos a voluntad, no parece muy pesada la carga actual si la comparamos con el triste testimonio de una niña en tránsito a la pubertad, pero de vida truncada por haber sido descubierto su escondite, justo tres meses antes de finalizar la guerra.