Semana Santa

Gilberto Nieto Aguilar

En más de sesenta años no recuerdo una Semana Santa como la que pasó. Cuando era niño, la gente de mi pueblo acostumbraba ir a Tancuiche, cruzando el río que divide a Veracruz de San Luis Potosí. La antigua leyenda de la aparición de la Virgen a una muchacha del lugar, dio paso a las nutridas peregrinaciones en la semana mayor, especialmente los días santos de cada año.

El ir y venir de las gentes que cruzaban el río era incesante. Usaban el amplio chalán del profesor Peña, el director de la escuela Artículo 123, o el esquife del señor Goldaracena, bajando del parque por una estrecha vereda, para tomar del otro lado un taxi colectivo y, apretujados, recorrer los pocos y polvosos kilómetros hasta el poblado de Tancuiche.

Recuerdo el ambiente que se respiraba en aquellos días. La abuela decía que no debíamos ir a nadar al río porque podíamos convertirnos en peces. Eran días de guardar, no de armar fiestas; de adorar y reconocer el sacrificio y sufrimiento de Jesús, y no de divertirnos. Para las parrandas había tiempo de sobra durante el año, pero no en los días santos. Días que entraban en la mente y el corazón.

Los creyentes dedicaban esta semana a rememorar la pasión, muerte y resurrección del hijo de Dios hecho hombre. A reflexionar y elevar sus oraciones para entender el profundo significado de los hechos de la semana mayor y propiciar la meditación sobre las acciones buenas o malas en las vidas de cada quien.

Esa diferencia entre lo bueno y lo malo, entre el pensamiento de una y otra persona, se percibe en el encuentro de Jesús adulto con su pueblo de origen. Mientras unos, fascinados, lo siguieron y permanecieron a su lado, otros, en cambio, lo acusaron de querer desestabilizar su fe y sus creencias logrando, con esto, que su muerte alcanzara un nuevo significado.

El hombre oscilando entre el sí el no, yendo del optimismo al pesimismo, de la fe en sí mismo a la desesperanza, en un continuo reflejo, en un ir y venir recurrente en la cotidianeidad humana. A veces se le olvida que lleva adentro el mal y la medicina, y no mengua el carácter dominante de su verdad personal, que erosiona y corroe la verdad circunstancial del colectivo en sus diversos espacios y tiempos.

El teólogo no tiene que hacer ininteligible la Revelación de Dios de modo abstracto y complicado, sino que debe darlo como alimento inteligible a los hombres de su época. Dijo Teresa de Calcuta: “La Pasión de Cristo desemboca siempre en la alegría de la Resurrección, para que cuando sientan en su corazón los sufrimientos tengan bien presente que luego llegará la resurrección”.

El Papa Juan Pablo II dijo al mundo: “El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la Pasión de Cristo. Pido para ustedes la luz y la fuerza espiritual en el sufrimiento, para que no pierdan el valor, sino que descubran individualmente el sentido del sufrimiento y puedan, con la oración y el sacrificio, aliviar a los demás”.

Hoy se vive una significativa disminución de la fe religiosa, que podría deberse al cambio en la cosmovisión social y la mayor comprensión de la ciencia y la tecnología. El mundo occidental se ha vuelto más secular. Entre creer y no creer, hay muchos perplejos, indecisos y escépticos.

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