Entre malandrines

Javier Duarte de Ochoa ha amenazado con soltar la sopa sobre sus sospechosas componendas con Peña Nieto, de cuando ambos eran gobernador y presidente de México, respectivamente. El asunto no es nuevo, corría en los pasillos del poder de antaño como electricidad sobre agua y obra en las averiguaciones de múltiples casos de corrupción descubiertos a Duarte de Ochoa, pero conocerlo a detalle despierta el morbo, también el interés de registrarlo como constancia histórica de un régimen que con Peña Nieto alcanzó niveles inconcebibles. Duarte es solo una pieza más, pero del montón de manzanas podridas su caso destaca porque involucra a un presidente de la república y refleja el elevado grado de descomposición política alcanzado en nuestro país. Narra también el encumbramiento de un político neófito a alturas insospechadas, demuestra, además, que cuando un discípulo (Duarte) supera al maestro (Fidel) el resultado pudiera ser positivo en casos donde la sobriedad impera, pero en este caso para Veracruz ha sido de funestas consecuencias.