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Apuntes desde el suelo

A propósito de los debates actuales

Crónicas Ausentes

Lenin Torres Antonio

La vorágine capitalista, el deseo de poder, el narcisismo, se vale de todo, incluso de forzar compatibilidades de teóricas equidistantes en sus fundamentos, como las matemáticas y las ciencias humanas, el número y la psique, presentando una manera unidimensional de ver la realidad, una única lectura, Pitágoras, con su máxima “el punto (número) es la medida de todas las cosas”, es el referente epistemológico. Pasando desapercibido, que uno de esos saberes, el de las ciencias del hombre, la naturaleza humana, mantiene un debate sobre sus fundamentos, principalmente, los métodos empleados para construir las verdades del hombre; el debate sobre ciencia y filosofía, incluso, sobre ciencia y filosofía, y todos lo que la postmodernidad ha puesto en predicamento, principalmente, sobre la imposibilidad de establecer esas regularidades tan confiadamente desde el método científico. Freud, Nietzsche y Marx se hacen presentes, el primero, poniendo en entredicho el predominio de la conciencia a través del inconsciente, el segundo, describiendo el ocaso de los ídolos, dejando a la razón como subordinada a la voluntad, y el tercero, simplificando la realidad humana a una plusvalía donde no hay cabida para la libertad.

 

Cuando, teniendo como trasfondo de lectura de conocimiento la relación del Sujeto con el Objeto, establecemos que un objeto determinado por ciertas leyes, se le puede describir-predecir sus movimientos, situaciones espaciales, velocidad, etc., como es el caso de los viajes al espacio, estamos hablando de la capacidad que tienen la ciencia física, matemática, electrónica, informática, etc., en concursar como un todo, para hacer una ciencia, un cierto saber científico, que nos lleva a la comprobación de esas regularidades, esos comportamientos del objeto que nos garantizan, que a“toda causa corresponda un efecto”.

 

Esa dirección de aplicación del conocimiento científico, no presenta problema alguno, hay un objeto conocido por el sujeto, pero cuando la dirección cambia, del sujeto al objeto-sujeto, como es en el caso de las ciencias sociales y humanas, entonces nos encontramos con problemas, ya que esta manera de aplicar la ciencia se topa con un objeto que es sujeto, así que el purito de objetividad científica no es tan fácil mantenerla, ni la epistemología heredada en el método científico cumple con todas las perspectivas que habías alentado de saber qué es el hombre, y no estoy hablando del hombre como objeto vivo, sino, como objeto animado, como sujeto espiritual.

La ciencia clásica nos heredó una visión del universo mecánico que opera como el interior de un reloj, imagen opuesta al universo vivo, orgánico y espiritual de Aristóteles.

Así ocurrió que antes de la gran transformación que da surgimiento a la ciencia moderna, el universo era concebido como un todo orgánico, cuya característica fundamental era la interdependencia de los fenómenos materiales y espirituales. En el universo aristotélico el hombre formaba parte de la naturaleza armónicamente y en plano de igualdad con las otras criaturas. La tarea de los filósofos (no había división entre ciencia y filosofía), era tratar de comprender el significado y la importancia de las cosas. No predecirlas. Mucho menos controlarlas**Najmanovich, Denise, La metamorfosis de la ciencia,

Yo diría, mucho menos de limitarlas como granos numerados, o alguna clase de objeto espacial.

Hubo una ruptura entre el conocimiento científico y el filosófico, entre el alma y el cuerpo, entre la razón y el afecto; es por eso, que pretender hablar de una verdad humana tan sólo desde la ciencia, sin ver más allá de esa condición de objeto, y más cuando todo lo dicho por la ciencia del hombre, es un asunto por venir, resulta grotesco ver cómo se recurre a esa ciencia newtoniana, donde simplemente el sujeto hombre es un objeto, claro, sin siquiera garantizarnos con ello, una certeza absoluta, y veamos como esos números sólo nos hablan de una verdad siempre provisional, volátil, e incluso a medias, dado que ese porcentaje no nos garantiza continuidad, regularidad.

Esa lectura que nos arrojaban las estadísticas, las encuestas, como lo fue en las pasadas elecciones presidenciales, cuando Obrador llevaba una clara ventaja a sus contrincantes, y la preferencia del electorado le favorecía, he incluso, daba la sensación que era inalcanzable, se disipó.

O bien, los números fallaron al mostrarnos una verdad superficial, o bien, nosotros no pudimos sostener nuestra palabra, nuestras verdades, verdades con que se construye la otra verdad de los números.

Números que nos hablaban de una verdad a medias, una clase de verdad muy humana, que fracasó, verdades así que no pueden sostenerse por la razón, que más bien parecerían provienen de los afectos, de las vísceras, del lado más inexacto, contrario a la rigurosidad de las matemáticas.

No cabe duda que si bien los números no mienten, su no mentira, su verdad se reduce tambaleantemente a frío porcentaje, siempre menor a 100, aparte de ser una verdad provisional, circunstancial, en suma, verdad a medias, dado que nunca logran establecer 100 por ciento, siempre será una aproximación porcentual.

Pero lo más siniestro, es su uso tendencioso y sin ética de los números. Insistir en los números para garantizar y hablar de una verdad, pretender determinar una decisión, como el de comprar o no un producto, elegir o no a un candidato, definir a partir de esas constantes una aspiración, una esperanza, es donde cobra toda su esplendor el verdadero uso de esas “verdades a medias”.

Hasta cuándo podemos darnos cuenta que los asuntos humanos, primordialmente, los de los nomoi, son asuntos que se acompañan de sentimientos, de confianza, de amor, y no de porcentajes, ni de números, los asuntos públicos, tienen que acercar la phisis con el nomo, a la visión espiritual de Aristóteles con la visión matemática de Newton, y a restaurar la alianza entre ciencia y filosofía.