LA CIVILIDAD DEL BANDIDO SOCIAL

LA CIVILIDAD DEL BANDIDO SOCIAL

A propósito de la astucia de la sinrazón

Crónicas Ausentes

 

Lenin Torres Antonio

 

Atribuían razones de su lucha por los pobres, y justificaban al bandido social por su nobleza.

 

Eran 11 miembros de la familia, Jesús era el tercero. Su familia para sobrevivir pedía fiado a la tienda de raya del pueblo, a cuenta de su salario, para ello, llevaban su libretita donde apuntaba el tendero lo que pedían, para después cobrárselo de la raya (salario), quedando de ésta, lo mínimo.

 

Una tarde, le ordena su mamá a Jesús, ¡vete por el maíz, y el pan!

 

Jesús agrega, ¿mamá también unos chocolates?  Su madre le responde, está bien, a ver si alcanza.

 

Jesús se hace acompañar de su hermanito a la tienda.

 

Cuenta Jesús que en la entrada estaba un señor de tipo español, blanco, era Tomás Sánchez Vitorero, mejor conocido con el alias de Tomasín.

 

Jesús apenas le llega al mostrador. Al llegar al tendero Jesús le entrega la lista de la mercancía que quería a cuenta de la raya del padre, le dice al tendero, venimos por esta mercancía.

 

El tendero, quien era el hermano del dueño, que era el presidente municipal, le respondió soezmente, chamaco ya no alcanzan para darles fiado, dile a tu padre que pague.

Jesús le insiste, oiga nada más el maíz.

 

El tendero arrojándole su morral le responde enérgico, no, no, váyanse muertos de hambre.

 

El hombre de la entrada había presenciado toda la escena, cuenta Jesús que para entonces Sánchez Vitorero, mejor conocido como Tomasín, traía asoleada la región de Cuichapa y Tezonapan, con asaltos y robos.

 

Dice Jesús que su hermano se quedó con expresión de impotencia ante los exabruptos del tendero.

 

Jesús toma la mano de su hermanito y le dice, ya vámonos hermanito.

 

El hombre de la entrada los detiene, y les dice, haber, haber mijos, ¿qué quieren? Viendo simultáneamente al tendero, le dice: dale todo lo que quieran.

 

Ellos atónitos, le preguntan, ¿de veras?… y rápido piden dos kilos de maíz, una caja de chocolate, galletas marías…en fin, que llenan sus morrales de mercancía.

 

El tendero sin reconocer todavía a Tomasín, le increpa, ¡oiga!, ¿usted va a pagar?

 

Tomasín le responde, yo te voy a pagar, y además no me trates a los pobres así, no los humilles hijo de la chingada.

 

Jesús le dijo a su hermanito: va haber balazos, y se quedan en la puerta observando.

 

Tomasín le grita al tendero, hijo de tu puta madre, ¿no sabes quién soy? soy Tomás Sánchez Vitorero.

 

Jesús le comenta con alegría a su hermanito, ¡el pillo!

 

Su hermanito le dice. Oye, pero es bueno, Jesús responde, sí, y nosotros no lo vamos a denunciar.

 

De mientras, Tomasín le daba una paliza al tendero, y lo encañona, acto seguido, sale a carcajada tirando balazos.[i]

 

La nostalgia de estos tiempos por tener bandidos sociales, sujetos que aun trasgrediendo la norma, el orden establecido, sus acciones tengan fuertes expresiones éticas, que incluso para muchos, justificarían sus malos actos.

 

Pareciera que estos contra ejemplos ponen en cuestionamiento la emergencia del sujeto ético que troquela la cultura, el orden social, la civilidad, el proceso de la subjetivación, y la exigencia que para que funcione, necesitamos definir quiénes son los buenos y quiénes son los malos, y mostrar cómo es que llegamos a ser lo que somos.

 

Tomasín al igual que Antígona, se situaba en los márgenes de lo correcto e incorrecto, a Antígona el debate le obligaba a justificar su posición de hermana, a quien le asistía el derecho de honrar y dar sepultura a su hermano muerto, aunque también, las exigencias de Creonte no era infundadas, y le obligaba a respetar lo público, la ley, y dejar a quien habían atentado contra el bienestar general, que su cuerpo sea devorado por los perros, y animales de rapiña, era la obligación de quienes había aceptado vivir en comunidad, en la polis, seguridad por castración individual; a Tomasín el debate le obligaba a justificar su pillería desde el escenario ideológico de justicia social, la luchar por los pobres, aunque la sociedad también le reclamaría el respeto a la norma y el estado de derecho, y que sus actos tenían que ser castigados.

 

Traigo a propósito el tema que se debate en la tragedia de Sófocles, y el del bandido social, Sánchez Vitorero “Tomasín”, lo público y lo privado, la ética individual, y la ética pública, lo que parece el interminable debate en donde se sitúa el hombre, quién se debate en obedecer a los demás, la voz del pueblo, por mí hablará mi raza, o a los dictados de su singularidad, los deseos inconfesables, su ética privada. La verdad y el bien en su eterna relatividad, más aún ahora que no podemos acudir a verdades absolutas, o a oráculos que nos saquen de la ignorancia y nos enseñen que es el bien y el mal, ni mucho menos a un Dios desde donde percatarse del bien y del acto malo.

 

La moral es el código de reglas, “yo debo hacer esto, lo otro”, y la ética es “para qué y por qué lo hago”. El caso de Tomasín nos obliga a preguntarnos, éticamente quién es mejor, el bandido que ayuda, o el empresario que aniquila, o nosotros los ojetes. Pareciera que pugnaríamos porque hubiera diez “tomasines”.

 

La expresión Bandido social, resulta paradigmática y contradictoria, o bien se es bandido, o bien se es hombre social, hombre educado, a lo que los griegos apuntaban con el concepto paideia, refiriendo con ese concepto al hombre formado: su crianza, su instrucción y su educación. Es decir, que la visión que tenía del hombre tenía un contenido social, se ponía en juego en esa idea de hombre formado, la idea de un ser formado para lo social, para lo público, por eso era fundamental, no tan sólo proveer los conocimientos, marcos conceptuales, sino también, ver los elementos necesarios para la crianza, para la vida pública, es decir, que el hombre ético se construye desde esa condición de paideía, que en cierta forma tiene su basamento en la idea que hay una determinación del “bien” para ser reconocido dentro del mundo singular del hombre, Platón y su idea de los universales, y la participación epistémica.

 

El concepto de paideia-hombre formado: crianza, instrucción, educación, contiene el ideal de formación; un proceso de transformación de carácter personal, basado ­en el conocimiento reflexivo de una forma natural y ultima, fundamental e idéntica, de la vida humana. La naturaleza humana: hombre, el hombre era un compuesto de materia y espíritu. Materia-cuerpo-arete (física), espíritu-alma-arete (espiritual) por medio de la ciencia. Vertiente-personal-arete (privada), mediante la virtualidad de la educación personal vertiente social, arete (política), educación social o política. La moral la capacidad de virtud, educación moral o búsqueda del bien, por eso el lugar donde el bien es puesto en ser es en la idea de polis: la ciudad, el lugar propio de la vida, de la existencia, de la educación. El fin del hombre público, el sentido de la paideia griega, hacer del hombre un ciudadano político, un ser comunitario.

 

Aunque pareciera que Tomasín no era un hombre educado, y que al igual que Antígona, ponía en predicamento la existencia del orden social, parecen que sus argumentos cobran legitimidad aún en contra de la legalidad, y sus actos deseados y justificados.

 

Ese lado civilizatorio, de consecución del bien, un bien que tiene que buscarse no en la formación dada por la cultura, sino en un reducto que nos permite reconocer mínimos éticos. Aun así, el sujeto Tomasín, sus actos no puedes justificarse desde esa condición mínima y singular, necesitamos inscribirlos en el marco general de la normalidad que posibilita la locura.

 

Hay una ausencia en el mundo ético de Tomasín, el entramado de un proceso de domeñamiento que ha funcionado a medias, y que ha descubierto un ser contra-natural, con una naturaleza ajena y extraña, cercana y familiar, carente de culpa.

 

Esto nos obliga a desarticular el entramado conceptual vigente de la naturaleza humana, posibilitando otras lecturas que amplíen e incorporen esas diferencias.

 

Describir la naturaleza humana como:

 

Animales que se pusieron en pie, que liberaron sus manos. Y cuya vida recorre un singular curso, una trayectoria peculiar que se inicia en el desvalimiento de una larga infancia, desde un nacimiento prematuro, para conquistar nuestra difícil condición civilizada, y prolongarla patéticamente en la vejez, apoyada por múltiples báculos, frente a la certidumbre final de la muerte, que atenaza a los “efímeros”.[ii]

 

La pregunta por el hombre es actual, persiste, más ahora que estamos enfrente de aquello –pulsión– que no ha logrado domeñar la cultura, la racionalidad, la añorada “civilización”. Se erige una pregunta sarcástica con una respuesta sabida, que no se quiere pronunciar mucho menos pensar; ¿Quién es el animal dotado de tales poderes, que amenaza con destruirse a sí mismo y aniquilar al par la vida sobre la tierra?

 

Insisto, la pregunta por el ser humano no ha muerto, y necesita un urgente enfrentamiento, un colapso, aun cuando nos haga caer en otro nuevo pecado original y aumente la culpa que todavía dios, el estado, y nosotros, cargamos a la espalda. La caída no es tan sola epistemológica, sino real, porque devela al ser en el No Ser, en la constante amenaza de la negación, sí, pero no, quiero, pero no, soy culpable, pero…No obstante lo ineludible –la pregunta y la respuesta– se mantienen.

 

Se pone en juego reactualizar la misma noción de hombre que incluya lo excluido o temido,

 

La apertura pulsional, la no programación rígida de nuestros instintos, la necesidad de aprendizaje y la maduración desde la prematuridad.[iii]

 

Inclusión, no exclusión, lo subjetivo también es real, los motivos de Tomasín y Antígona tienen que ser inscritos para no ser reducidos a la animalidad, al instinto, al deseo, al amor, a la locura.

 

Ante la pregunta genealógica, “¿cómo el hombre llega a ser lo que es?” y el hombre descubierto es el hombre moral, el de la culpa, el de la mala conciencia, el enfermo, el sujeto escindido, cercado en el reino del inconsciente.

 

La culpa (“deuda”) viene a constituir el concepto fundamental para entender la teoría de la sociedad, pero que en cierta forma es rebasada hasta no ser inscrito el deseo en el marco simbólico, ni Tomasín ni Antígona sucumbieron a la culpa como Raskolnikov:

 

Yo mismo no sé porque realmente he ido. Soy un hombre vil, Dunia.

 

¡Un hombre vil que está dispuesto a afrontar el castigo! Aceptarás la expiación, ¿verdad?

 

Sí. En seguida. Para huir de este deshonor quería ahogarme…

 

¡No he procedido según las reglas de la estética! No sé por qué ha de ser más glorioso lanzar bombas sobre una ciudad sitiada, que asesinar a una persona a hachazos.

 

¡La preocupación por la estética es el primer síntoma de la debilidad! Jamás lo he comprendido tan como ahora, ni nunca he comprendido menos mi crimen. ¡Nunca he sido tan fuerte, ni he estado tan convencido como hoy!

 

Dunia, querida hermana, si soy culpable, perdóname (aunque sea imposible perdonarme si realmente soy culpable)…ya es tiempo de partir.

 

Procuraré ser valeroso y honrado durante toda mi vida, aunque sea un asesino.

 

Antes Raskolnikov había exclamado: ¡comprendo al profeta a caballo, con la cimitarra en la mano!: ¡Alá lo quiere! ¡Obedece, temblorosa criatura…! ¡Tiene razón el Profeta cuando coloca una tropa a través de la calle, y hiere indistintamente al justo y al culpable, y guárdate del deseo, porque esto no es cosa tuya…! ¡Oh no, no, por nada del mundo, por nada del mundo perdonaría a la malvada vieja![iv]

 

Detengámonos en esa culpa “Raskolnikoviana”, el termino principal para entender esa culpa es el de interiorización, introyección es el proceso por el cual el sujeto hace pasar en forma fantaseada, del afuera al adentro, objetos y cualidades inherentes a estos objetos.[v]

 

La conciencia moral descrita como sentimiento de culpa, reconocimiento interior de la ley, es verdadera culpa, sentimiento de culpa, cuando es interiorizada. La “fantasmatización” del temor a la pérdida o al castigo, temor que excede la magnitud de la amenaza real. Es decir, la construcción a nivel imaginario de figuras poderosas, capaces de infringir castigos y penas, representados por el Dios de la moral o los antepasados, por el súper Yo –padres muertos, idealizados–, y los padres o autoridades en lo real, los cuales debemos obedecer como instancias que determinan lo que es permitido.

 

Hay un juego de poder en el interior del sujeto, entre lo pulsional y la norma –la prohibición–, aunque en la mayoría de los casos se ha impuesto en ese juego de poder, el poder de la culpabilidad, que es el reconocimiento de límites y significantes inhibidores, aunque también hay que decirlo, lo pulsional –mociones sexuales y agresivas–, el instinto se las ingenia para satisfacerse.

 

De la pulsión domeñada, en su enfrentamiento con la norma, con la conciencia moral, provoca una tensión –arrepentimiento ante la falta cometida-–que es lo que propiamente se denomina “sentimiento de culpa”, culpa verdadera.

 

La introyección viene a ser el mecanismo que coloca en el interior del sujeto un mundo fantaseado (pero con soportes ubicables en la realidad como es el caso de los padres como soportes del Súper Yo) de la obligación y la responsabilidad.

 

Toda la naturaleza indómita y salvaje del hombre queda empequeñecida cuando los instintos fueron reprimidos, confinados a la oscuridad, por obra de la cultura, que se sirvió de la “mala conciencia, la culpa. Sobre una constante represión se construyó la cultura, la sociedad. El sentido de toda cultura consiste en hacer del hombre un animal manso y civilizado,[vi] y para ello tiene que reprimir todos sus instintos, ocultarlos, sublimarlos, construirle cómodas celdas, la razón, inteligencia, en suma, hacerle prótesis.

 

Ante el fracaso de este proceso de domeñamiento, deviene el acto criminal. Es en el momento que podemos hablar que el sujeto arriba al mundo de la obligación, cuando sublima sus pulsiones, y dirige sus metas pulsionales al arte, al pensar, a la enfermedad, etc. Es cuando plenamente el Súper Yo le pide cuentas al sujeto de sus mociones sexuales y agresivas. Cuando lo descubre haciendo o pensando lo “indebido”. Función del Súper Yo, de domeñador, que garantiza el desarrollo de la cultura, y ubica el progreso de la civilización como la meta de cada uno de los miembros de la comunidad, pese a que no haya dentro de sus planes nada que garantice la felicidad a los hombres, la plena satisfacción de sus metas pulsionales.

 

Continuando con el paradigmático Tomasín, salta la pregunta, si en este personaje podemos encontrar un lugar para la culpa, y si su sentido ético puede al igual que Antígona reinscribirse, posibilitar la inscripción no tan sólo en lo afuera (lo público) que pareciera que el arrepentimiento de Creonte lo posibilita, y la aceptación de una obra en favor de los pobres lo facilita en la vida malhechora de Tomasín, sino en la propia subjetividad-intersubjetividad, un lugar para el diálogo y el arrepentimiento, cuando menos por los daños colaterales, y seguro que en el caso de “Tomasín” no llegaron a 40,000 muertes.

 

El dilema se mantiene o bien Tomasín se instala del lado de la forclusión, la no inscripción, esto conlleva situar la ética de éste a nivel discursivo imaginario, con componentes socializantes, o bien barajamos otras posibilidades de reinscribir este discurso contradictorio, como una ética legitima que pueda ser incorporada como una demanda pública, y que el marco simbólico de la cultura no ha podido percatarse, ingeniosos mecanismos de saltos cualitativos que nos permitan dejar la locura, e incursionar en el reino de Dios, la normalidad.

 

En contraste, el bandido actual, con una carencia mínimo de ética, el bandido actual, que aniquila cortando la cabeza, donde no vemos la inscripción que posibilita la lectura del mundo ético, y que permanentemente nos hace preguntarnos, ¿cómo puede hacer un ser humano tanto daño a otros?, indudablemente estamos tentados a situar estos casos del lado de la no inscripción, la forclusión. Me permito introducir un relato como preámbulo a una posible especulación sobre el tema del sentido de la irracionalidad:

 

Un nombre común, un hombre común, Saúl sale de su trabajo a las ocho de la noche, como es su costumbre, sale directo a su casa, la casa grande.

 

Sin más, se enfila a su casa que se encuentra situado en la periferia de la ciudad. Su colonia carece de pavimentación y luminarias, salvo las que sus propios habitantes ponen al frente de sus casas, además de módulos de seguridad como los que instalan en los barrios exclusivos, o sea que su casa tiene todas las condiciones propicias para una buena emboscada, como la que le sucedería ese fatídico día.

 

Cabe hacer mención que afortunada o desafortunadamente Saúl acababa de ganar un litigio por despido injustificado, del cual obtuvo una buena (a secas) cantidad de dinero por sueldos caídos, dinero que empleó en comprarse una camioneta –usada– para él y otra para su mujer. Además, que le sobro para una que otra francachela.

 

Al llegar a su casa ya lo estaba esperando un comando de hombres que lo interceptaron, y sometieron, obligándole a entrar a su casa. Ya al interior de esta, la familia completa fue sometida, su mujer, hija, hijo y nieto. Acto seguido, los obligaron a entregar las llaves de las dos camionetas, llevándoselas junto con Saúl.

 

Al otro día, la familia recibió la esperada llamada de los secuestradores, con quienes negociaron el rescate de Saúl por 500.000 mil pesos.

 

Cabe hacer mención que la familia aterrorizada y con la esperanza de volver a ver a su querido Saúl no denunciaron el secuestro (levantón), aparte de que sabían perfectamente que se vive en un estado débil y corrupto.

 

Han pasado más de cinco meses y no ha habido ninguna señal de Saúl, ni rastro de sus captores.

 

Se infiere por el modus operandi actual de los criminales, quienes no se exponen a ser reconocidos o aprendidos, que ha muerto, no obstante, la familia continúa organizando misas para su pronta bienvenida, que creo nunca ocurrirá.

 

Lo que le paso a Saúl lo podemos obviar por las imágenes que nos ofrece el blog del narco, descuartizados y enterrados en fosas clandestinas, obviamente antes de la muerte mucho sufrimiento y castigo.

 

Les aseguro que Saúl no era un criminal, era un hombre común y corriente, su único error fue haber nacido en esta sociedad.

 

Transcurso desde Lo Dicho, entendido como la significación realizada desde y en el lenguaje, la cual sostiene toda la estructura psíquica subjetivada, hasta el momento en que el marco simbólico, es decir, la escena del mundo desaparece para dar paso al acto criminal, el cual es visto como una des subjetivación, un no Ser, un sin sujeto. Algo ocurre con lo público,

 

¿Cómo se ha llegado a la situación actual? Ahora se mata a los hijos, a la familia y se les corta la cabeza. Es un grado excesivo de violencia y ya no es por poder, por influencias o por negocio, se mata por gusto.

 

¿Por gusto? Sí, la mitad de las muertes en las calles son ya por gusto. Hay que gente cansada y enrabietada y cualquiera tiene un arma.[vii]

 

Matar por gusto tiene que ver con una patología social, ya no hay reglas, no hay mediación de poder, ni riquezas, ni valores que distingan, simplemente, es por gusto, ante esto el marco simbólico se cae y queda la caída violenta, el acto criminal.

 

Desafortunadamente continuamos balbuceando sobre la naturaleza humana,

 

“Lo que hasta ahora ha tomado en serio las humanidades no son ni siquiera realidades, sino simples productos de la imaginación, o, más exactamente, mentiras surgidas de los malos instintos de los seres enfermos y nocivos en su sentido más profundo. Me refiero a conceptos tales como: “verdad”, “alma”, “virtud”, “pecado”, “más allá”, “Dios”, “vida eterna” (…) con todo, se ha creído ver en ellos la grandeza, la “divinidad” del ser humano (…) se ha aprendido a despreciar las cosas “pequeñas”, es decir, las cuestiones fundamentales de la propia vida.[viii]

 

Claro que para que el hombre pueda ser engañado no se necesita ahora un Dios maligno con capacidad para engañar, sino “la condición humana de poder ser engañado”, y sucede esto por nuestra conciencia subyugada, por nuestra predisposición a la obediencia, por nuestra sumisión a lo gregario, por nuestra inocencia. La fuerza del ideal ascético está en la debilidad del rebaño, en suma, la mala conciencia se introyecta reactivamente.

 

El procedimiento mediante el cual se atiende tanto al momento en que un fenómeno surge como al relato de su evolución es justamente la genealogía: origen y evolución.[ix]

 

Lo que se relata es el cuerpo, cuerpo prótesis, por la cultura que lo cubre, lo transforma, así que:

 

La genealogía reconstruye la memoria perdida de los cuerpos, les devuelve la razón de sus convalecencias y recaídas, transparenta sus vulnerabilidades hasta exponer el valor que subyace en el comienzo.[x]

 

Lo no natural se agarra al cuerpo para darse vida, para exponer su arbitrariedad. Cambio de fuente, de la razón que hacía ver al cuerpo desnaturalizado. La insistencia de hablar de cuerpo, instinto, voluntad o afecto, tiene por objeto desplazar el discurso del campo privativo de la razón a dimensiones afectivas y de la sensibilidad[xi], al afecto que hace ver la razón deslegitimada, impotente, como la sonrisa sin el rostro, como un anillo sin dedos.

 

Reivindicación de la fuente original

 

En suma, la genealogía, crítica cultural: quiere mostrar la moral como cultura, arquetipo que circula y se recrea en la conciencia de un sujeto colectivo, la moral, la razón, son de lo social, se recrean en la esclavitud de los otros cuerpos, aumentando el grosor de la piel, asumiendo el concepto como forma de vida. El hombre no puede ocultarse bajo esa vestimenta, y tarde o temprano, es él mismo, el de siempre, el que en la locura se presenta solo, mejor dicho, consigo mismo. El que necesita retirarse de vez en cuando a las montañas, y volver para emprender una vez más el intento de dejar su marca en los demás; círculo vicioso de la indiferencia, lucha por la unicidad, ser el gran Uno, el omnipotente que desde su solipsismo se vanagloria de su existencia, aun cuando solamente en los demás pueda encontrarse y ser.

 

La inocencia el hombre la perdió no en el pecado original, en la voluptuosidad de Eva, la tentación, ni el parricidio perpetrado contra el padre de la horda primitiva, Dios padre, sino cuando comenzó a hablar, por la boca penetró el veneno de la mala conciencia, la ilusión, el mundo aparente, la moral. Permítaseme advertir que no hay que olvidar que la “razón” e “instinto” no persiguen las mismas metas.

[i] Vivencia personal del Mtro. Jesús Moreno Frías.

[ii] París, C. (1994), El animal cultural, Barcelona, Crítica, p. 13.

[iii] París, C. (1994), p.21.

[iv] Dostoievski F. Crimen y Castigo, extractos.

[v]  Laplanche, J. y Pontalis, J. (1994), Diccionario de psicoanálisis, Bogotá, Labor, p. 205.

[vi]  Ibíd. p. 56.

[vii] Entrevista al Líder Preso de los aztecas en Juárez, Diario español “el País”.

[viii] Nietzsche, F. (1998), Ecce homo, p. 74.

[ix] Ávila, R. (1999), p. 81.

[x] Hopenhayn, M. (1997), p. 35.

[xi] Ibíd. 35.